Aún aprendiendo de la pandemia

asi un año de combate al Covid-19 en nuestro país ha dejado numerosas enseñanzas respecto de la efectividad de las medidas de aislamiento y protección sanitaria, de la capacidad de las instituciones para implementarlas y fiscalizarlas, y de los grados de acatamiento que pueden esperarse de parte de la población (en especial de algunos grupos etarios). Recién en diciembre pasado este diario lamentaba que las aglomeraciones navideñas en los centros comerciales, así como las reiteradas noticias sobre fiestas clandestinas, daban cuenta de no pocos pasivos en todas esas dimensiones.

Ello era parte, dijimos entonces, “de una discusión que está teniendo lugar en todo el mundo respecto de la relación costo/beneficio que tienen las diversas formas de cuarentena”. Esa reflexión sobre lo que deja la experiencia de la pandemia no ha cesado, desde luego, y en nuestra edición de ayer consignamos un estudio conjunto de la Universidad Católica y el Banco Mundial que aporta nuevas conclusiones.

Así, en el balance neto, la experiencia recabada en 158 países el año pasado es que las restricciones sí contribuyen en general a reducir las tasas de contagio, sobre todo si se aplican en etapa temprana. En esencia, este ha sido el caso chileno, lo que en retrospectiva parece valorable, pese a las críticas. Por otro lado, el estudio señala que limitar actividades que reúnen a muchas personas (como cerrar oficinas, comercios y colegios) parece más efectivo que restringir las libertades individuales (derecho a reunión y libre desplazamiento). Ello no implica de ningún modo, indican los autores, prescindir de estas últimas medidas, pero apunta a la conveniencia de calibrarlas mejor dentro del arsenal defensivo disponible.

Estudiar las formas en que se ha enfrentado al coronavirus en el primer año de pandemia es clave para continuar extrayendo enseñanzas de esta dura experiencia que aún no termina, y para estar mejor preparados ante futuras amenazas como ésta, que sin duda no será la última.