Editorial

América Latina saca mala nota en ciencias

A comienzos de esta semana el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, entregó una cifra que debería estar al medio de este tiempo de debates sobre educación y futuro: la inversión en investigación científica y desarrollo tecnológico de Corea del Sur supera al conjunto de 32 países de América Latina y el Caribe.

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A comienzos de esta semana el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, entregó una cifra que debería estar al medio de este tiempo de debates sobre educación y futuro: la inversión en investigación científica y desarrollo tecnológico de Corea del Sur supera al conjunto de 32 países de América Latina y el Caribe.

Uno sabe que a mediados de los años 50 el PIB de Chile y el de Corea andaban casi a la par. Pero de allí en adelante el país asiático se entregó a una tarea de desarrollo con una estrategia donde la educación y la inversión en I+D se colocó a la cabeza de sus metas. Y ese fue un esfuerzo conjunto del Estado y el sector privado. El Banco Interamericano de Desarrollo señaló en un reciente informe que la inversión en ciencia y el PBI per cápita en 1974 eran casi iguales para Corea del Sur y América Latina. En 2007, Corea del Sur duplicaba a América Latina en el PBI per cápita y su inversión en ciencia (3,7% de su PBI) casi quintuplicaba la latinoamericana (0,7% de su PBI).

En la región, Brasil es el de mayor inversión en I+D, con 1,1% de su PBI, seguido de México y Argentina, pero fuera de los brasileños todos los demás países latinoamericanos invierten en ciencia menos de 1% de su producto. El punto es que en las condiciones del desarrollo global quién no invierte en ciencia y tecnología se queda atrás. Y es el peligro en que estamos porque, si bien las cifras en términos absolutos han mejorado, cuando se mira quienes están innovando y quienes inscriben más patentes, los latinoamericanos aparecemos ocupando un mínimo espacio en esos mapas del siglo XXI. Y lo mismo ocurre con la publicación de trabajos científicos.

A mediados de junio de este año la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual entregó su estadística de solicitudes de patentes, tanto de empresas, universidades como instituciones estatales o públicas. La clasificación estaba encabezada, un año más, por Estados Unidos, seguidos por Japón y Alemania. La novedad -sobretodo para quienes erróneamente siguen viendo a China como un país de pura copia- es que este país experimentó el mayor incremento porcentual y se colocó cuarto superando a Francia y a Corea (que a su vez adelantó también a Francia). Estados Unidos pidió propiedad intelectual para 60 mil 500 patentes; Japón para 42 mil; Alemania para 33 mil 140 patentes y China (con un salto del 54% respecto del año anterior) pidió propiedad intelectual para 12 mil 700 solicitudes.

En ese listado de 28 países, donde el último es Hungría con 192 peticiones, no figura ningún latinoamericano. Como dijo la BBC en un reportaje en julio de 2008, “América Latina no aprueba en Ciencia”. Y para sostener su afirmación rescató los datos de la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología de la Unesco, donde se señaló que los países latinoamericanos representan aproximadamente el 2% de la inversión mundial en I+D, sólo por delante de África y muy por detrás de Norteamérica (39%), Europa (31%) y Asia (26%).

En 2006, se creó en Chile el Fondo de Innovación para la Competitividad, con recursos provenientes del “royalty” minero, los cuales multiplicaron por tres el dinero destinado a investigación en el periodo 2006-2010, cifra que equivale a US$ 700 millones en cuatro años sólo en inversión pública. Sin embargo, la inversión privada en esta materia ha sido relativamente baja y el actual gobierno se ha propuesto buscar formas para incentivarla. La tarea debe ser ir más allá del 0,7% del PIB que teníamos en 2010 y asumir el sueño de llegar al 2% en ocho años.

Vivimos tiempos donde se discute a fondo sobre nuevas estrategias para la educación. Esta claro, como dijo Insulza en su discurso, que sin crecimiento económico no puede haber distribución ni justicia social. Pero ese crecimiento requiere también de un gran esfuerzo, público y privado, para incrementar el conocimiento y desarrollar nuevas tecnologías. Un país no es desarrollado sólo por llegar a un buen nivel de ingreso per cápita; lo es mucho más si se le respeta por sus conocimientos y aportes a la innovación.

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