Se avecina una reacción política contra la política monetaria
MARTIN SANDBU© 2022 The Financial Times Ltd.
- T+
- T-
MARTIN SANDBU© 2022 The Financial Times Ltd.
Las comparaciones con la década de 1970 a menudo no notan una lección importante de esa década: un régimen macroeconómico que no puede justificarse a sí mismo será derrocado, primero intelectualmente y luego políticamente. Fue de las cenizas del caos monetario de la década de 1970 que nacieron las teorías que justificaban a los bancos centrales independientes con el mandato de mantener baja la inflación. Las metas independientes de inflación se convirtieron en estándar.
Cuarenta años después, un nuevo ajuste de cuentas intelectual y político sería menos sorprendente que la ausencia de uno. La “gran moderación” producida por la revolución monetaria de la década de 1980 se ha visto acompañada en muchos países por mucho tiempo por el estancamiento de los salarios de los trabajadores mal pagados. La recuperación glacial de la crisis financiera mundial llevó a los dos bancos centrales más grandes del mundo a revisar su marco de políticas durante la pandemia. En 2020 y 2021, la Reserva Federal y el Banco Central Europeo se comprometieron a tolerar un período de mayor inflación si el empleo tenía margen para aumentar más o si hubiera poco espacio para relajar la política en caso de una recesión. Pero esta nueva actitud cayó en el primer obstáculo.
“La credibilidad de los propios bancos centrales es sólo tan buena como la credibilidad del régimen macroeconómico en su conjunto. Eso no implica descartar la independencia del banco central, sino preguntar abiertamente si realmente funciona para la economía”.
Conforme surgen crisis del costo de vida y se avecinan las recesiones en las principales economías avanzadas, ¿cuáles son las probabilidades de evitar un ajuste de cuentas más profundo por mucho más tiempo?
Precisamente porque los banqueros centrales son independientes, corresponde a los líderes políticos decirles a sus ciudadanos por qué es correcto enfrentar el chantaje energético ruso con acciones para restringir aún más los ingresos y los empleos. Serían negligentes si no cuestionaran si esto es lo mejor que podemos hacer.
En comparación, los banqueros centrales lo tienen fácil. Tienen mandatos de lucha contra la inflación impuestos legalmente, que no les corresponde cuestionar. Y tienen un argumento: que perder su “credibilidad” —con lo que quieren decir que la gente ya no cree que ellos puedan mantener baja la inflación— costará aún más empleos y pérdida de ingresos.
Pero la credibilidad de los propios bancos centrales es solamente tan buena como la credibilidad del régimen macroeconómico en su conjunto. Eso no quiere decir que se deba descartar la independencia del banco central, sino preguntar abiertamente si realmente funciona para la economía.
En la búsqueda de mandatos individuales, los bancos centrales tal vez colectivamente están endureciendo demasiado las políticas monetarias, como ha sugerido Maurice Obstfeld, execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI). O es posible que la política monetaria no coordinada con la política fiscal esté empeorando las cosas.
El FMI ha advertido a los gobiernos contra la elaboración de presupuestos “en contradicción” con el endurecimiento monetario. Pero el aumento de las tasas de interés pone a la política monetaria en contradicción con las prioridades de la política fiscal, como invertir en la transición verde o, de hecho, en infraestructura energética que en sí misma remediaría la inflación inducida por la energía.
Al igual que en la década de 1980, con el tiempo, los economistas brillantes sugerirán mejores formas de diseñar la política monetaria contra los golpes de los precios de la energía. Y a menos que tengamos suerte de escapar de una fuerte recesión este invierno, seguramente también se avecina una reacción política negativa. La alternativa a debatir abiertamente estos temas en un espacio democrático es permitir que esa reacción se agudice hasta que estalle de forma radical y peligrosa como un ataque populista a las instituciones. La credibilidad de los bancos centrales no valdría mucho entonces.