Prudencia para lidiar con Trump
Juan Ignacio Brito Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la Universidad de los Andes
Si la prudencia es la virtud política por excelencia, los gobiernos latinoamericanos tendrán que saber aplicarla para enfrentar la irrupción de la administración Trump. Esta se rige por un estricto criterio de poder (might makes right) a través del cual busca imponer sus condiciones y “poner a Estados Unidos primero”.
La política exterior trumpista usa la fuerza y la amenaza como medios para conseguir sus fines. Con ella, EEUU ha devenido en un matón que castiga al que se atreve a contradecirlo o afecta sus intereses. Según Trump, durante demasiado tiempo muchos han sacado ventajas de una política exterior norteamericana basada en la ideología del internacionalismo liberal que descuidó la promoción del interés nacional, distrayendo recursos y debilitando a EEUU. Al ser el poder el objetivo y el medio escogido por Trump y carecer este de ideología, el Gobierno norteamericano es capaz de llegar a acuerdos con quien sea (lo hizo con Nicolás Maduro hace unos días) con tal de obtener los beneficios a los que aspira. Su diplomacia transaccional es ajena a los grandes designios y solo se basa en una cruda búsqueda de la ventaja a corto plazo.
“El Presidente colombiano encaró a Trump de manera insensata y salió con la cola entre las piernas. En cambio, Claudia Sheinbaum ha entendido que, dada la desigualdad entre EEUU y México, lo prudente es negociar y aspirar al mal menor”.
Con razón, muchos lamentan este giro. Pero la condena no mejorará las cosas. Incapaces de alterar las nuevas reglas del juego, los críticos de Trump deben aceptar que el poder duro ha vuelto a jugar un papel preponderante, lo cual tensiona las relaciones internacionales.
La perplejidad indignada ya no debe continuar siendo, como ha sido durante años, la respuesta ante el fenómeno Trump. Por casi una década, muchos han creído que basta con denunciarlo, como si ello sirviera para desvanecer su influencia. No ha resultado. Por el contrario, hoy Trump es más fuerte que nunca: cuenta con respaldo popular, controla el Partido Republicano y el Congreso, ha elegido un equipo de Gobierno identificado con su ideario y sabe que tiene escaso tiempo para impulsar su proyecto, por lo que despliega un sentido de urgencia que no tuvo antes.
Todo lo cual nos lleva de vuelta a la prudencia como herramienta para enfrentarlo. Esta virtud no debe ser entendida como pura cautela, sino como una ponderación efectiva de la realidad para actuar en consonancia con ella. Solo quien sabe leer de manera adecuada los hechos puede adoptar luego buenas decisiones. En el caso de la nueva política exterior de EEUU, ello implica dejar de lado la moralina y apreciar las cosas como son: Trump está en el cénit de su poder y no va a cambiar a menos que la situación lo haga.
Hay que comprender esta realidad y actuar de acuerdo con ella para promover el interés nacional de la mejor manera posible. Eso fue lo que le faltó a Gustavo Petro, cuyo voluntarismo le impidió ver o aceptar la disparidad de capacidades entre Colombia y EEUU. El Presidente colombiano encaró a Trump de manera insensata y salió con la cola entre las piernas. En cambio, Claudia Sheinbaum ha entendido que, dada la desigualdad entre EEUU y México, lo prudente es negociar y aspirar al mal menor. Eso le valió una prórroga en la amenaza arancelaria por parte de Washington.
Lidiar con Trump requiere una diplomacia hábil con una estrategia bien pensada, que se ancle en la realidad, lejos del sentimentalismo. Los gobiernos que lo entiendan podrán proteger su interés frente al nuevo matón del barrio.