Para entender la hipocresía
Juan Ignacio Brito Profesor de la facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la universidad de los Andes
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Juan ignacio Brito
La distancia entre retórica y práctica queda en evidencia con una reciente revelación acerca de la conducta de Estados Unidos en la guerra de Medio Oriente.
En público, Joe Biden se ha mostrado incómodo con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Según diversas fuentes ampliamente citadas por la prensa norteamericana, los vínculos entre Israel y EEUU pasan por uno de sus peores momentos históricos, debido a la forma en que el primero está conduciendo la ofensiva militar en la Franja de Gaza.
Biden estaría molesto con Netanyahu porque los ataques israelíes han provocado gran destrucción y muchísimas bajas civiles, generando repudio internacional, críticas internas contra el presidente norteamericano por parte de grupos afines a la causa palestina, e incluso desafección entre los votantes jóvenes de cara a las elecciones de noviembre.
“Los presidentes –y los políticos en general— no actúan en un vacío, sino en un contexto de presiones e intereses que los afectan. A Joe Biden, un político que llegó al cargo sólo porque su rival era aún peor, no se le puede pedir mucho más”.
La versión pública del estado de las relaciones entre la administración Biden y el gobierno israelí sugiere una tensión que hace hoy difícil la cooperación entre ambos países. En privado, en cambio, la cosa es diferente.
The Washington Post reveló este sábado que, en los últimos días, EEUU ha transferido discretamente a Israel armas por miles de millones de dólares. Según fuentes anónimas que hablaron al periódico, en el arsenal enviado figuran más de 1.800 bombas MK84 de dos mil libras (casi una tonelada). Estas son las llamadas “bombas antibúnker” que, de acuerdo con la compañía de inteligencia artificial Synthetaic, Israel ha utilizado ampliamente en Gaza con el propósito de destruir los túneles excavados por Hamás para mover pertrechos y militantes, y esconder los rehenes secuestrados tras la incursión del 7 de octubre en territorio israelí. Las MK84 causan un gran daño colateral cuando son lanzadas en espacios urbanos, como ha estado haciendo Israel en Gaza: provocan un cráter de 12 metros de diámetro y son responsables, según expertos, de buena parte de la elevada cifra de bajas civiles que han dejado los ataques israelíes.
Con una mano, Biden critica el “bombardeo indiscriminado” de Israel en Gaza; con la otra, proporciona las armas (bombas y aviones) que permiten eso mismo.
No cabe duda de que se trata de una hipocresía. Más allá del calificativo, sin embargo, es oportuno revisar las causas probables. Parece genuino –ya sea porque está realmente molesto, porque le genera problemas en su base de apoyo, o por ambas razones a la vez— el disgusto de Biden con el gobierno israelí. No obstante, este malestar no es suficiente para romper con el aliado más cercano de EEUU en Medio Oriente. Abandonarlo ahora no sólo dañaría las relaciones bilaterales en un momento crucial, sino que pondría en tela de juicio el liderazgo global de EEUU y su disposición para ir en ayuda de sus aliados, despertaría duras críticas de parte del importante lobby israelí en Washington y también de las empresas productoras de armas, que perderían millonarios contratos que crean empleos en diversos estados.
La hipocresía de Biden puede ser criticable, pero también se hace entendible. Por muy poderosos que sean, los presidentes –y los políticos en general— no actúan en un vacío, sino en un contexto de presiones e intereses que los afectan. Se requieren muchas agallas y destreza para maniobrar con éxito y hallar coherencia entre discurso y práctica. A Biden, un político que llegó a su cargo sólo porque su rival era aún peor, no se le puede pedir mucho más.