Un año para pensar
¡Qué año dejamos! Una ráfaga de indignación lo atravesó. Por un lado...
¡Qué año dejamos! Una ráfaga de indignación lo atravesó. Por un lado, año de alegrías, ya que en muchas partes se impuso la democracia y, por fin, el respeto a los derechos humanos. Pero, por otra parte, dejó en evidencia la fragilidad de nuestras estructuras sociales. Prendió primero en los países árabes, continuó por Europa, atravesó el Atlántico, se anidó en EEUU y terminó en algunos países del sur. Regiones de Asia o África usufructuaron de sus efectos mirando críticamente a sus propios sistemas de vida. Hay hambre de desarrollo con justicia. Inmensas masas han dejado su anonimato y nos miran críticamente.
De la indignación pasamos a la perplejidad ¿Cómo llegamos a este estado de descontento que se ha sembraba desde Madrid hasta Tel Aviv, Santiago de Chile y Wall Street? Sociedades que mostraban una bonanza aparentemente estable, ahora se lanzaban a las calles, sacando un velo que cubría falsas apariencias. Nos sinceramos como sociedad. Reconocimos, a través de este descontento desbocado, que las cosas no marchan tan bien como lo anunciaban algunos periódicos; que, de seguir así, el mundo colapsaría más temprano que tarde.
Europa ha sido un buen ejemplo de políticas públicas erráticas. Asistimos al destape de un estado de bienestar que irresponsablemente ha ido manteniendo niveles de vida insoportables para cualquier economía seria. Y ahora, hay que ajustarse el cinturón.
En efecto, el talón de Aquiles de todo el sistema es la irresponsabilidad de unos pocos que han llevado a muchos a vivir estrecheces, miserias, que no se condicen con el desarrollo que presentan las cifras globales. Algo huele mal. Llegó la hora de abordar un crecimiento mundial responsable, solidario, que apunte a mayor equidad.
La Iglesia lanzó en octubre una propuesta de solución global que incluiría desde un órgano regulador de las políticas económicas mundiales, hasta regulaciones responsables y un cambio de ética mercantil. En suma, alentar economías más humanas y así evitar crisis que lleven a debacles a las sociedades más débiles.
Pero no se trata sólo de crecer mejor. La indignación ciudadana lleva a repensar los parámetros sobre los cuales se construyen nuestras democracias; un desafío para mejorar la representatividad de los actores sociales, incluir mejor sus voces, pasar de ciudadanos pasivos a sociedades más inclusivas. No es sólo tiempo “de indignados”: es un tiempo que desafía para una sociedad mejor. El año 2012 no es de incertidumbres: es de desafíos. Sólo hay que asumirlos. Feliz año nuevo.