Padre Hugo Tagle

Si se llama Juan, dígale Juan

Padre Hugo Tagle @HugoTagle

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 9 de agosto de 2021 a las 04:00 hrs.
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Si bien se ha exagerado en algunos puntos, reconozcamos que lo del cuidado del lenguaje –“lenguaje inclusivo”, si quiere– tiene su punto. Como se ha repetido en todos los foros, el lenguaje crea realidad.

Dejemos de lado los desvaríos de una pretensión de homogeneización que sólo denigra y transforma el idioma en caricatura. Pero, qué duda cabe, la forma de hablarnos afecta nuestra manera de relacionarnos con el mundo. La violencia intrafamiliar tiene mucho que ver con un lenguaje agresivo y denigrante. La lengua es una herramienta que puede tanto construir como destruir. Se ha deteriorado fruto de la falta de lectura, mal uso de las redes sociales y abuso de gráficas e imágenes para expresar una idea, lo que finalmente las empobrece y reduce.

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Carlos Fuentes, escritor mexicano, dice a propósito del idioma español: “Posiblemente el inglés sea más práctico que el castellano, el alemán más profundo, el francés más elegante, el italiano más gracioso y el ruso más angustioso. Pero yo creo profundamente -continua- que es la lengua española la que con mayor elocuencia y belleza nos da el repertorio más amplio del alma humana, de la personalidad individual y de su proyección social. No hay lengua más constante y vocal: escribimos como decimos y decimos como escribimos”.

Un primer desafío es sencillo: amplíe su vocabulario. Busque sustantivos. El castellano es un lenguaje riquísimo. Se saca a colación el “mito de las 400 palabras” de los chilenos, que no sería tal, de que hablamos mejor que muchos vecinos del hemisferio. En fin, como sea, hay que subir la vara y exigirnos más. Estaremos de acuerdo en que el uso del español es pobre por estos barrios.

Un segundo punto es escuchar bien antes de hablar. No escuche para replicar, sino para complementar. Enriquecemos nuestros argumentos en la medida en que escuchamos mejor. El arte de dialogar nos hace más humanos, civilizados. Se “dignifica” escuchando de verdad y no haciendo un amago de atender.

Los chilenos abusamos de los diminutivos y apodos, y con ello infantilizamos el trato. Volvamos a descubrir la riqueza del otro, en todo su horizonte, como es y no como nosotros queremos que sea, sin encasillarlo en una caricatura que impide ver su realidad rica y profunda. Nos distinguimos por nuestro nombre. Acabemos con los apodos, sobrenombres y motes. Los colegios tienen una gran responsabilidad en ello. Seamos honestos: el límite entre el tono simpático y la falta de respeto es muy frágil. Empecemos ahí: si se llama Juan, dígale Juan.

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