Reclamos
Y se nos va marzo. En este hemisferio y rincón del mundo, fuera de haber sido uno de los marzos más calurosos de los que se tenga memoria...
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Padre Hugo Tagle
Y se nos va marzo. En este hemisferio y rincón del mundo, fuera de haber sido uno de los marzos más calurosos de los que se tenga memoria, se presentó virulento. Y ello, desde enero más o menos. Se confirmó en estas pocas semanas lo que los teóricos de los cambios sociales llama un “empoderamiento” del ciudadano corriente, muy consciente de sus derechos, receloso, astuto y ladino. “Se hará cada vez más difil gobernar el país” comentaba un político hace unas semanas. El ciudadano de a pie ya no se traga cualquier discurso, no se deja encandilar por cantos de sirena ni se asombra con luces de colores. Juzga, pregunta, cuestiona, impone y decide.
Se suma el efecto distorsionador de los medios de comunicación que regalan la sensación de que todo es adquirible “aquí y ahora”. Es cosa de pedir. Si en 2011 fue el de remezones fuertes en las demandas públicas -El Cairo, Siria, Nueva York, Madrid, Santiago-, este año pareciera presentarse como el de un tiempo en que esas demandas deben traducirse en respuestas concretas. La paciencia escasea, y se hace notar.
El hombre de fe camina en la vida con actitud de deudor por ella, sabe combinar derechos y deberes. Sabe que la vida y lo que ella le da es pura gratuidad, no es mérito propio; que lo logrado no es sólo fruto de esfuerzos personales, sino de un todo colectivo que lo hizo posible.
Donde hay una demanda, hay una potencial obligación de otro a cubrirla. Punto de revisión constante de nuestra forma de enfrentarnos a la realidad y cómo abordamos las exigencias que nos plantean y, lo más importante, las que planteamos. La exigencia se vuelve contra uno mismo, en la medida en que comprendemos que la sociedad la formamos todos.
El exceso de democracia le hace mal a la democracia. El juego democrático exige disciplina, respeto a la institucionalidad y generosidad. La mejor respuesta a una demanda será la que brota de un acuerdo de voluntades, donde todas las partes involucradas saben ceder en beneficio de un bien mayor. Ceder no es perder. Un acuerdo, donde ambas partes se ven relativamente satisfechas, siempre será mejor que un gallito fatigante donde uno gana y el otro pierde. Es allí donde pierden todos.
Marzo no sólo nos hizo sudar en este rincón del globo. Regaló una oportunidad de crecer en participación, perfeccionar los caminos de integración y alentar la responsabilidad por la democracia. Desde la sola exigencia no se construye sociedad. Ser parte de un todo implica responsabilidades, deberes, tanto como derechos.