¿Nos sinceramos?
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Padre Hugo Tagle
El verbo no existe, pero viene bien igual. Y lo digo porque pareciera que, a pesar de los esfuerzos por transparencia, mejor convivencia, fortalecer las instituciones, terminamos arruinando lo bueno que vamos construyendo a punta de medias verdades, silencios cómplices y una suerte de pirotecnia política que, al final, no traerá nada positivo. Los propósitos de buena convivencia, de apego a la ley, pareciera que no significan nada al poco andar.
Soy de la idea que la transparencia en materia de sanción a las malas prácticas legales traerá buenos efectos a futuro. Pasado el vendaval de SQM, Penta, Caval y otros, Chile será un país mejor. Lo mismo en los casos por financiamiento de la política, en que estamos llamados a "sincerarnos", reconocer que hubo malas prácticas y encontrar un gran acuerdo transversal que lleve a corregir errores y definir políticas de buen entendimiento ciudadano y construcción de la democracia.
Lo que está claro es que no podemos seguir con esta suerte de destrucción masiva en que están empeñados algunos y de lo cual se sirven quienes quieren el mal para Chile. Los grandes ganadores de un ambiente de beligerancia son los extremos políticos, que al final vienen a ser lo mismo. El joven delincuente que tira piedras en una marcha, destruye todo a su paso no quiere la democracia, no le interesa: anhela un régimen dictatorial como lo vivimos tristemente en el pasado para seguir justificando la violencia.
Por eso, no hay que hacerle el juego. Sí hay que atender a las legítimas demandas ciudadanas, hacer ver qué se puede y qué no; hacerlo con prontitud, sin tantas dilaciones. Si se requiere modificar leyes, habrá que hacerlo. Lo que es claro que los tiempos en la convivencia ciudadana, son importantes. Hoy, un año es una eternidad para el hombre moderno.
Quienes detentamos algún grado de poder, sea en educación, trabajo, gobierno, administración, estamos más exigidos que hace algunos decenios, en que se caminaba a paso cansino, se demandaba y esperaba menos del gobierno de turno y la ciudadanía se contentaba con muy poco. Hoy, nos encontramos ante un ciudadano "empoderado", más consciente de sus derechos (algo ignorante de sus deberes, cosa que hay que corregir) y más seguro en sus demandas. Pero a su vez, más exigente en cuanto a orden, prolijidad, probidad y honradez.
De nada sirven las miradas apocalípticas a la realidad chilena. Tenemos una democracia aún algo adolescente y por lo mismo perfectible. Es tarea de todos el reencantar a los chilenos con ella. No arruinemos lo bueno que hemos construido.