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Por: Padre Hugo Tagle

Publicado: Lunes 12 de mayo de 2014 a las 05:00 hrs.

Padre Hugo Tagle

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Dime cómo tratas a tu nana y te diré como eres. Cada cierto tiempo salta de nuevo el tema de las trabajadoras domésticas, con un aire de problema no resuelto. Hace unas semanas, hubo incluso una marcha en el sector alto de Santiago, alegando por mejores condiciones laborales. Como sea, es un ítem en nuestra vida cotidiana, de un porcentaje no menor de chilenos, que pone un punto oscuro en la convivencia cotidiana.

La empleada doméstica, “las nanas”, tal como se vive y entiende en Chile, no se da en otras partes del mundo occidental. Me dirán que en otros lares es peor. Pero hay que compararse con los que hacen bien la pega y no con los que la hacen mal.

Hay mucho de medieval en la forma en que se entiende el trabajo doméstico en Chile. Algo hemos mejorado, pero hay una serie de “sobreentendidos” que deben corregirse. Por de pronto, resulta cuestionable el supuesto horario laboral, de una “flexibilidad” que no se da en otro tipo de empleos. Solo a modo de ejemplo, si la nana comienza a trabajar a las 7 de la mañana ¿me va a decir que termina a las 4 o 5 de la tarde? Sería lo lógico, de acuerdo a cualquier contrato de trabajo. Pero ¿es así? Suma y sigue.

Leí hace un tiempo atrás una buena columna sobre esto del trabajo doméstico. Decía que, si se modificara y corrigiera en Chile, los chilenos serían más trabajadores, creativos y empeñosos. Lo comparto. Las nanas le han hecho un daño a la forma de comprender la vida familiar y la participación de sus integrantes en la vida hogareña. Hay jóvenes y maridos que no saben hacer ¡absolutamente nada! Ni ocupar el microondas, ni hacer una cama, ni planchar una camisa. “Para eso está la nana”, argumentan. Cuando converso con estudiantes que vuelven de algún estudio en el extranjero, lo primero que comentan es que “aprendieron a barrer, limpiar el baño, hacer la cama, preparar una ensalada”. De algo sirvió el MBA. Hubieran aprendido lo mismo acá y les hubiese salido más barato, si hubiesen puesto el mismo empeño en hacer esos menesteres.

Si los jóvenes participaran más en los quehaceres domésticos, tendríamos una mejor convivencia familiar, alumnos más creativos, diestros, trabajadores, proactivos y tolerantes. Lo mismo vale para el trabajo que realizan las madres en las casas, el que se tiende a subestimar con peligrosas consecuencias. En el respeto de la labor de quienes se tiene más cerca comienza el nuevo orden social. Me he llevado muchas decepciones en quienes pontifican grandes cambios estructurales pero, en el plano doméstico, no observan un mínimo de justicia. Que no sea de ellos.

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