Hojas de Parra
Poco sé sobre Nicanor Parra. Pero sé lo más importante sobre él. Que no andaba con eufemismos, dobles discursos, palabras de ocasión, jueguitos acomodaticios de salón. Su franqueza es de temer. Tanto así, que ha sabido ganarse tanto amigos como enemigos. La poesía, dice él por ahí, no viene a endulzarnos la vida: o provoca, cuestiona o no es poseía...
Poco sé sobre Nicanor Parra. Pero sé lo más importante sobre él. Que no andaba con eufemismos, dobles discursos, palabras de ocasión, jueguitos acomodaticios de salón. Su franqueza es de temer. Tanto así, que ha sabido ganarse tanto amigos como enemigos. La poesía, dice él por ahí, no viene a endulzarnos la vida: o provoca, cuestiona o no es poseía. Le dio carta académica al lenguaje de la calle y, a su vez, abrió sus intrincados caminos a la gente corriente. Ha hecho amable el lenguaje no pocas veces críptico y enrevesado de la poesía moderna.
Pero escribo sobre él por otra cosa. En un tiempo de “sinceramientos”, donde como sociedad hemos puesto muchas cartas sobre la mesa, personalidades como él nos hacen bien. Los verdaderos dolores de parto vividos en este año son, en buena parte, producto de que se han roto, para bien, convencionalismos forzados a los que nos malacostumbramos. Estábamos, algunos, demasiado cómodos. Y la poesía de Parra, su estilo desenfadado, nos dice mucho de ese necesario atrevimiento, desfachatez, osadía, que requieren los nuevos tiempos.
Cuando se tiene un oído en el corazón del tiempo, se dan mejores respuestas a lo que acontece. Al revés, cerrarse a las voces del tiempo, desatender o evadir lo evidente; no atreverse a dialogar con “el hombre de la calle”, al cual se apela tanto pero se escucha tan poco, es un error. Y un error peligroso.
Lo vivido este fin de semana con la Teletón es un signo de nueva esperanza. Cada vez que se repite este noble evento, pienso en lo mucho que se logra cuando hay proyectos comunes; cuando se dejan las mezquindades que nos separan y nos enfocamos en una aventura común. Nos unimos en el drama y dolor de miles de personas, adultos y niños discapacitados. Pero ahí están esperando aún los miles de compatriotas que viven en la extrema pobreza; otros tantos niños y jóvenes en hogares, casi abandonados a su propia suerte; las madres adolescentes, que deben criar solas a sus hijos. Entre don Francisco y Nicanor Parra hay mucho en común.
Tenemos sólo esta vida para hacer el bien. La otra, la definitiva, será para saborear todo el bien que aquí realizamos. Y el bien que uno deje de hacer, no lo hace nadie por uno.
Parra ha hecho lo suyo. Y por lo que se ve, tiene cuerda para rato. Nos hace bien su reconocimiento y premio. Necesitamos tanto la poesía como el cemento; la ciencia, la técnica, como la literatura, el teatro o la pintura.
Adviento es reanimar la esperanza, poner luz en la incertidumbre; paz en los corazones. De cada uno depende que sea el espíritu que nos anime.