De acuerdo con un informe publicado por la OCDE respecto de los países con mayores índices de desigualdad, Chile sacó mala nota. Para graficarlo en términos futbolísticos, si esas cifras las llevamos al grupo en que participa Chile, perdemos. Los ciudadanos de España, Holanda y Australia tienen una mejor participación en las riquezas de su país de la que lo tienen los chilenos. Es cierto que España pasa por un mal momento, pero no se puede decir lo mismo de los otros tres países.
En conjunto con México, Turquía y Estados Unidos, Chile se ubica entre las naciones con mayores desigualdades entre ricos y pobres en 2011. En estos 3 años cuesta creer que se haya revertido esa tendencia. Mientras que los más equitativos son los de siempre: Dinamarca, Eslovenia, Finlandia y la República Checa.
Es importante subrayar el que esta no es una tendencia fatalista, a la que se esté condenado. La experiencia de varios países confirma que se puede revertir y hacer participar a más ciudadanos de las bondades del desarrollo. Así lo muestran países como Polonia, Israel y Australia, a quien le ganamos en el fútbol pero ellos nos ganan en este otro campeonato. Esto de disminuir la desigualdad no es puro slogan. Redunda positivamente en los pueblos que se empeñan en ello. Existen esos y otros casos que lo atestiguan y de los que se pueden sacar buenas lecciones. No hay que inventar la rueda. Lo preocupante es que en 2011 el 10% de los más ricos obtuvo 9,6 veces más ingresos que el 10% más pobre. En 2007 habían ganado 9,3 veces más.
Preocupante resulta el que los jóvenes y los niños han venido a sustituir a los ancianos como el grupo de edad con mayor riesgo de pobreza. Donde se debería ver futuro, se comienza a ver incertidumbre; el grupo de ciudadanos al que debemos alentar más, es el que se empieza a sentir más abandonado.
La pobreza ha aumentado en muchos de los países de la OCDE desde 2007, lo que ha eliminado los progresos que se habían producido en los 20 años anteriores en la mejora de los niveles de vida de los hogares de bajos ingresos. Desconciertan estos datos, pero no deben desalentarnos en la búsqueda de mejores caminos para una integración que, finalmente, beneficia a todos. Sí, está mal pelado el chancho. Pero estamos a tiempo para revertir esta mala tendencia.
Una economía que no integra a todos, que no sube bien al carro del progreso a quienes se están quedando fuera, termina por perjudicar a quienes sí están dentro de él. Todos ganamos con una mejor redistribución de la torta. Quienes tienen más, quizá vean disminuir en algo sus riquezas, pero las aprovecharán infinitamente mejor.