Discrepancias
Somos un pueblo curioso. Por un lado, evadimos la confrontación, jugamos a ser buenos amigos...
Somos un pueblo curioso. Por un lado, evadimos la confrontación, jugamos a ser buenos amigos; a dar la apariencia de estar de buenas con todos pero, a la hora de presentar propuestas, mostrar las diferencias, enfrentar las dificultades, recurrimos a argumentos ofensivos, desacreditamos, descalificamos con facilidad.
Justamente nuestra dificultad para abordar las diferencias con respeto y franqueza nos trae mayores problemas. No queremos herir y terminamos hiriendo y apaleando con palabras que, las más de las veces, nos traen remordimientos. Radicalizamos nuestras posturas artificialmente, polarizando posiciones e imponemos puntos de vista que, al final del día, sólo extreman posturas e impiden ver los puntos de encuentro, muchas veces mayores que las diferencias.
Y esto, en todas las situaciones de la vida. La política es una. Pero el mismo padrón conductual se repite al interior de la familia, en los matrimonios, en las oficinas.
Pareciera que todo marcha bien, hasta que estalla el volcán. Y justamente porque no se quisieron ver las dificultades o tensiones que se incubaban peligrosamente y a las que nadie atendía. Debo reconocer, sí, que hay personas más perspicaces que otras y captan cuando hay “tensiones en el ambiente”. Y apuntan los dardos para dar una pronta solución a algo que, si no se repara a tiempo, traerá mayores dificultades que beneficios.
“Hay que pensar antes de hablar y, quien piensa, necesita ya la mitad de sus palabras para expresar lo que quiere o siente”. Así se lo escuché a un amigo. La pura verdad. Se ha polarizado peligrosamente la vida pública, el discurso social. No hay aglomeración humana que no termine en coscachos, golpes y palos. Casi lo vemos a la salida de la ceremonia parlamentaria del 21 de mayo, donde personas de las que se espera una conducta ejemplar, casi se van a las manos. Pero igualmente se dijeron de todo. Para sorpresa y decepción de sus electores.
Y lo peor es que nos estamos mal acostumbrando al mal trato, al desprecio, a la palabra soez, al garabato destemplado.
Hacer “civilización” no es tarea fácil. En un santiamén se pueden destruir siglos de cultura. La barbarie está a la vuelta de la esquina. Es tarea de todos los días el reconstruir y decidirse por los valores democráticos, a los cuales todos contribuimos, en mayor o menor medida.
El arte de la política es buscar la unidad donde otros ven diferencia. La inteligencia y sagacidad se miden ahí. Una prueba de fuego para muchos, que hacen el camino cómodo de polarizar y de paso, sólo destruir.