Confianza y diálogo
Hemos construido una sociedad de contrastes. Por un lado, se nos muestran auspiciosos índices de crecimiento y equilibrio fiscal; por otro, un descontento ciudadano que parece aumentar día y día...
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Padre Hugo Tagle
Hemos construido una sociedad de contrastes. Por un lado, se nos muestran auspiciosos índices de crecimiento y equilibrio fiscal; por otro, un descontento ciudadano que parece aumentar día y día, donde síntomas como remedios son difíciles de diagnosticar. Es como un cuerpo al que, simplemente, pareciera dolerle todo. Nos duele Chile.
No somos los únicos. España, Inglaterra, Israel. Compartimos una oleada de desazón que ha dado lugar a una suerte de democracia directa, donde el ciudadano de a pie se siente más empoderado que nunca. Pero, paradojalmente, este mismo espejismo de participación, donde cada cual se siente rey del entramado político, orada esa misma democracia, provocándole más males que bienes, impidiendo una reflexión serena, dando mayor relevancia a consignas y golpes emocionales antes que a argumentos reposados y realistas.
Si algo bueno debe salir de esta catarsis colectiva, es una mayor participación real en los sistemas de representación popular. En simple: inscribirse en los registros electorales y hacer válido el apoyo o rechazo a las políticas públicas con el voto. Junto a esto, se viene un tiempo de mayor exigencia a la clase política, que se apoltrona con demasiada facilidad a una suerte de inercia y somnolencia, que no se condice con la celeridad de los tiempos. El mayor poder ciudadano nos regala lucidez de cuán frágil puede ser la democracia y cuánto más responsable debemos ser de ella. No es gratis ni inquebrantable. Se puede resquebrajar. Y mucho.
¿Cómo combinar mayor crecimiento con justicia? No basta apelar a la mayor generosidad de quienes tienen más. El mayor crecimiento debe llevar a una vida más austera y amable con su entorno si quiere resultar sustentable. Quizá nos obnubilamos ante promesas de un crecimiento explosivo que no puede ser tal, si quiere ser firme. Los altos niveles de endeudamiento de muchos, el sueño engañoso del “aquí, ahora y barato” que presenta la propaganda, provoca a fin de cuentas frustraciones y desencantos.
Calidad de vida es también educar para vivir sencillamente. Los próximos lustros deben caracterizarse por ser tiempos donde las sociedades sean más inclusivas, se estimule la mayor participación, las personas asuman mayores responsabilidades por el otro y por la naturaleza.
Que el malestar esparcido nos lleve a una mayor autocrítica, a perfeccionar nuestra democracia y a crecer en inclusión. Es la única manera.