Una encuesta realizada por Adimark-UC para el bicentenario dice que sólo 42% de los chilenos confía en sus vecinos. Es más, 40% considera que, si se le perdiera la billetera y un vecino la encontrara, éste no se la devolvería. Triste percepción, pero es que creen muchos entre nosotros. Pregunta para la casa ¿Qué haría usted?
Otro dato me confirma esta desconfianza ante el otro: más de la mitad de los chilenos que vive en condominios o edificios, no conoce a los inquilinos de un par de puertas más allá de la suya. O sea, somos extraños unos para los otros, a pesar de que muchos viven en el mismo barrio o cuadra por años.
La asociatividad, la capacidad de relacionarse con extraños o personas ajenas al círculo familiar, es tristemente baja. No tenemos problemas en hacernos amigos de personas que viven a decenas de kilómetros de nosotros; conversamos largas horas con gente que vemos tarde, mal y nunca pero, al vecino, al que cruzamos todos los días en la calle, saliendo del ascensor o subiendo la escalera, apenas lo saludamos.
El tema no es menor ya que, según los entendidos, problemas como el de la seguridad ciudadana se remediaría en parte si tuviéramos una mejor vecindad; si supiéramos más del otro, sus costumbres y hábitos. Hasta disminuirían los robos a casas y departamentos si cada mañana nos diéramos el trabajo de intercambiar un par de palabras con quien tomamos el ascensor o bajamos la escalera.
Lo mismo debe proyectarse a nivel regional. Las mismas estadísticas hablan de un patriotismo que es sectario, busca diferenciarse del resto del barrio latinoamericano, sobre acentuando las diferencias -que no son tales- y minimizando las semejanzas -que son muchas. La historia nos pasará la cuenta como país si seguimos cultivando esa arrogancia que no lleva a ninguna parte.
Cultivar buenas amistades es clave para el desarrollo humano. Se es más feliz, se vive más seguro, en paz, si se tienen buenos vecinos, y no simplemente llevar relaciones de cortesía, cruzar palabras de buena crianza o mantener una paz de cementerio. La buena vecindad supone ser generoso, abrirse al otro y tolerar más de una cosa que no me guste.
La buena vecindad es escuela de hábitos sociales, sobre todo para los niños. Buena parte de la vida la pasamos con vecinos que, con el tiempo, se transforman en una suerte de familia ampliada, donde su amistad puede ser tan importante como los lazos sanguíneos. Un buen barrio es escuela de orden, disciplina, respeto y tolerancia; Lugar donde se ejercitan normas de civilidad y convivencia.
Este tiempo de verano es ideal para hacer buenas migas con quien apenas vemos durante los meses de colegio o trabajo más intenso. Un par de palabras, salir de las preguntas de rigor, interesarse por el otro, lleva a buena vecindad y mejor calidad de vida.