Padre Hugo Tagle

Bajar de la torre de cristal

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 27 de octubre de 2014 a las 05:00 hrs.
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Una errada comprensión de la fe lleva a acentuar la idea de que los perfectos y puros serán los únicos salvados. Y no bastaría con serlo: hay que separarse de los "impuros", requisito "sine qua non" para alcanzar la beatitud. Es una tentación constante en la vida religiosa: el escondido deseo de sentirse de los buenos, de los inmaculados. Y desde ahí, juzgar al resto.

Al cierre del sínodo de la familia, el Papa Francisco recordó que, en Jesús, se acabó con esa lógica perversa y comenzó una nueva, revolucionaria: la gracia de Dios sale al encuentro del otro, del extraño, de quien pensamos enemigo. "¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?", le reprochan a Jesús. A lo que responde: "No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Lc 5,29).

Cristo introduce un nuevo, desconcertante, código de valores. "Ésta es la Iglesia, la Madre fértil y la Maestra premurosa, que no tiene miedo de arremangarse la camisa para derramar el aceite y vino sobre las heridas de los hombres (Cf. Lc 10,25-37)", resalta el Papa. La misma que "no mira a la humanidad desde un castillo de vidrio para juzgar y clasificar a las personas".

La Iglesia se entiende como servidora de los hombres, la que sale al encuentro del caído; que va a las "periferias existenciales", sin miedo a herirse o golpearse. Es una Iglesia compuesta de pecadores, necesitados de la misericordia de Jesús. La misma que busca ser fiel a su Esposo y a su doctrina. Es la Iglesia que no teme comer y beber con prostitutas y publicanos (Cf. Lc 15).

La Iglesia de Francisco, la única y misma de Cristo, es la que "abre las puertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos y ¡no sólo a los justos o aquellos que creen ser perfectos!", subraya el Santo Padre. Es la Iglesia que "no se avergüenza del hermano caído y no finge de no verlo, al contrario, se siente comprometida y obligada a levantarlo y a animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo con Él". El Papa Francisco nos remite a Cristo mismo, al que escandalizó a los doctores de la ley, los que se sentían perfectos, y que lo llevaron a la muerte ignominiosa de la cruz.

El mensaje cristiano incomoda y desconcierta. Si no cuestiona, no interpela nuestra forma de vivir, no vale. Me recuerda el dicho atribuido a Cervantes en El Quijote: "Deja que los perros ladren, Sancho, es señal de que avanzamos". Con Francisco, avanzamos. Tener un Papa como él es un riesgo, es cierto; pero no tenerlo, sería camino seguro al despeñadero.

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