Voy a extrañar a los lectores de Financial Times más que nada
lucy kellaway
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Lucy Kellaway
¿Cuál es la forma más decorosa de dejar una empresa donde una ha trabajado felizmente durante décadas?
Siempre había pensado que habían tres cosas que las personas bien educadas no deberían hacer. Nunca deberían robarse a los colegas. Nunca deberían quedarse merodeando, sino romper definitivamente con la empresa. No deberían ser vergonzosamente sentimentales.
Cada una de estas reglas tiene sentido. Pero ahora que por fin voy a dejar Financial Times después de 32 años, estoy en flagrante violación de las tres.
He dedicado gran parte del año a persuadir a mis colegas mayores (y a profesionales de avanzada edad de todo tipo) a que dejen sus trabajos y vengan conmigo a ser maestros en las escuelas de bajos ingresos de Londres.
En cuanto a romper definitivamente con la empresa, cuando el FT sugirió que siguiera escribiendo una docena de artículos al año, lo acepté en el acto. Los ingresos extra me vendrán bien y yo quiero escribir sobre dar clases.
Pero la tercera regla la estoy rompiendo inesperada e involuntariamente. Al sentarme a escribir esta última columna, me siento tan triste que apenas puedo colocar una palabra en frente de la otra.
Esto me ha tomado muy de sorpresa. Yo anuncié que me iba hace ya tanto tiempo. He tenido siglos para acostumbrarme a la idea. Y no es que me esté arrepintiendo.
Aunque todavía aprecio mi trabajo, yo supe que era hora de irme cuando ya no sentía temor de escribir columnas inútiles. El temor es el mayor motivador de la vida y sin él hay que cambiar de rumbo.
Cuando vacié mi escritorio la semana pasada, me sentí bien. Simplemente barrí 32 años de detrito laboral y lo eché en la basura. Casi ni le dediqué una mirada a las cartas que llevaba décadas guardando en los cajones. Reciclé todos mis papeles al estilo de Marie Kondo.
Hice una breve pausa para contemplar los polvorientos trofeos otorgados por organizaciones que ya no existen. Mi dilema era si ponerlos en el cajón de reciclaje mixto o en la basura general.
Con el escritorio limpio, bajé a comprar una bebida de la máquina expendedora y me encontré con un hombre que trabaja en la biblioteca y que ha estado en el FT casi tanto tiempo como yo. “Te voy a echar de menos”, me dijo. “Nos conocemos desde hace mucho”.
De la nada entendí la transcendencia de todo esto. El FT ha sido una constante durante casi toda mi vida adulta. Ha sido parte de mi existencia por más tiempo que ninguno de mis hijos, que ya son adultos.
Le acabo de contar a una amiga que me aflige una extraña pena y ella me hizo notar (de forma ambigua) que mi relación con el FT ha sido una de las más largas y exitosas de mi vida. Y la estoy terminando.
Si ella tiene razón en verla como una relación, la pregunta es con quién o con qué ha sido esta relación. Es más que con un grupo de colegas, ya que éstos han ido y venido. De todas las personas con quien me afilié en 1985, sólo queda el editor.
Es más que una relación con un edificio, aunque el particular viaje al trabajo, la vista desde mi oficina y mis frecuentemente repetidos chistes con el portero han sido el andamiaje de mis días laborales.
En cambio, siento que tengo una relación con una idea del FT. Esa idea representa el buen juicio, el conocimiento y la decencia. Aunque es sentimental decirlo, me aferro a esa idea, me llena de orgullo. Sobre todo la relación más importante es la que tengo -aunque es ligeramente desequilibrada- con los lectores. Ustedes me conocen (o el lado mío sobre el cual decido escribir), pero yo no los conozco a ustedes. Aún después de todos estos años de escribir esta columna, todavía no los puedo entender. A veces escribo cosas que me parecen muy divertidas -como que Jeff Bezos guarda pastillas de vitaminas en los calcetines- que ustedes juzgaron como estupideces. Pero entonces escribo algo que a mí me parece un poco flojo, como lo bueno que es decir que no, y a ustedes les gusta muchísimo.
No importa si los lectores son un enigma. Ustedes leen lo que escribo. Me escriben comentarios muy inteligentes sobre lo que escribo. De una forma u otra ustedes han pagado mi sueldo, por lo cual estoy eternamente agradecida.
No me da miedo perder el prestigio de ser miembro del club del FT. Me atemoriza pensar en perder la seguridad de su reacción, tanto la desaprobación como la aprobación. Eso me tiene acobardada.
Pero esto no me aterra más que enseñarles coeficientes matemáticos a estudiantes de bajo nivel de secundaria. Eso es verdaderamente aterrador… y eso es precisamente de lo que se trata.