La moda de los muebles está cambiando: guarden sus antigüedades
Lucy Kellaway
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Lucy Kellaway
Recientemente vendí un par de las mesas georgianas demilune de mi madre en una subasta semanal en Londres. Hechas de caoba, con marquetería en los bordes y con patas sencillas y rectas, no atrajeron ningún interés por tres semanas consecutivas. Durante la cuarta semana, acepté la primera oferta, de sólo 42 libras.
Las mesas eran una constante de mi juventud, pero aunque consumí innumerables comidas en ellas casi nunca noté su apariencia. Mamá, que las había heredado de su tía, las consideraba tan valiosas que siempre estaban cubiertas por varias capas de manteles, los cuales sólo se quitaban en ocasiones solemnes. Un par de días después de la venta, IKEA, el mayor vendedor de muebles del mundo, anunció el nombramiento de un nuevo director ejecutivo, y reafirmó su intención de dominio mundial.
Los dos eventos se han fundido en mi mente y he decidido que las cosas están cambiando. El mercado para muebles antiguos debe haber tocado fondo. Mi apuesta es que durante el reinado de Jesper Brodin sobre el imperio de libreros Billy y sofás Ektorp, el crecimiento de su empresa comenzará a declinar. No alcanzará la meta empresarial de vender 50 mil millones de euros de muebles estilo escandinavo a fines de esta década. La moda de la modernidad alcanzará su peak. Todos lamentaremos el día en que obedecimos la orden de IKEA de desechar nuestras pertenencias anticuadas y desearemos tenerlas de nuevo.
Ya hay indicios de este cambio. En la radio el otro día escuché al diseñador Lawrence Llewelyn-Bowen burlándose de la insistencia mundial en que nuestros hogares son prácticos. No deseamos sentido práctico en el sexo o la comida, argumentó. ¿Entonces, por qué se lo pedimos a los muebles? Miré con tristeza a mi mesa y mis sillas Ercol, compradas recientemente por una considerable suma de dinero, y me puse a pensar: ese hombre tiene razón.
El mercado para muebles antiguos debe repuntar, por la sencilla razón de que los precios están tan bajos que ya no tienen a dónde caer. Hasta lo más barato de lo más barato de IKEA es caro en comparación.
Acabo de consultar el catálogo, y encontré una mesa de comedor por 55 libras llamada Olov. No está hecha de la madera más fina por ebanistas que aprendieron el arte de la marquetería durante siete años, sino de fibra vulcanizada y plástico, y tú mismo tienes que atornillarle las patas metálicas.
Cuando vendí las mesas de mamá, también vendí su hermoso secreter de caoba, forrado de cuero, con pies de garra, cajones secretos y el brillo que viene de un par de siglos de pulir a mano. Se vendió por 120 libras. IKEA no vende tal cosa, pero sí una común y corriente cajonera Hurdal -hecha de pino barato, que no viene con un artesano que te ayude mientras manejas torpemente una llave Allen- que cuesta 250 libras.
Hay buenas razones que explican la caída del precio de los muebles antiguos. Todo el mundo vive abarrotado en ínfimos apartamentos y no hay espacio para nada grande. Y ya que nadie escribe cartas, no hay mucho uso para un escritorio, ni siquiera uno forrado de cuero. ¿Y quién necesita cajones secretos, cuando actualmente los secretos se guardan en la nube?
Pero la gente todavía necesita mesas y sillas, y donde guardar los pantalones de yoga. Yo sé que se supone que el consumidor tenga siempre la razón. Pero según estos precios relativos, el consumidor se está comportando como un tonto.
La constante impopularidad de los muebles antiguos demuestra que todos esos expertos que hablan sobre el comportamiento del consumidor están hablando tonterías. Una de las mayores tendencias de los últimos años se supone que sea la autenticidad. Se supone que amemos las cosas hechas a mano, construidas de materiales naturales y que vienen acompañadas de historias.
No hay nada más auténtico, hecho a mano o natural que una mesa demilune de caoba, y en cuanto a historias, después de 250 años se han coleccionado algunas. Sin embargo, no amamos esas mesas. Las odiamos.
Lo que los consumidores aman en realidad, y lo que siempre han amado, son las cosas que están de moda. Nadie estima la autenticidad o las historias en el abstracto. Solo nos gustan si podemos adjuntarlas a algo que ya deseamos porque todas nuestras amistades también lo desean.
La moda cambiará, como siempre, y los muebles antiguos volverán a estar de moda. Y eso será una mala noticia para Brodin y su equipo en IKEA, pero muy buena noticia para los nuevos dueños de los queridos muebles de mi mamá, quienes consiguieron una ganga.