La ceguera mortal de los súper ricos
Juan Ignacio Brito Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. de los Andes.
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Juan ignacio Brito
Byron Trott y Greg Lemkau, ex altos ejecutivos de Goldman Sachs en Nueva York, anunciaron hace poco que unirán fuerzas para levantar un nuevo proyecto de inversión y asesoría destinado a ofrecer consejo personalizado, productos de inversión privada y redes de solución financiera para los súper ricos. Trott y Lemkau son parte de una tendencia especializada en “family offices” y atención al segmento en auge de los ultramillonarios, aquellos cuyas fortunas se cuentan en cientos y miles de millones de dólares.
Resulta normal que surja un negocio donde hay demanda, y las cifras sugieren que cada vez hay más gente sumamente adinerada, ciudadanos globales que envían a sus hijos a colegios exclusivos en Europa y Norteamérica, poseen inversiones en todos los rincones del planeta y ejercen influencia sobre la política gracias a sus conexiones y enorme poder.
“Por años diversos sectores han venido advirtiendo sobre el problema político y social que genera la concentración de la riqueza bajo el capitalismo globalizado. No se parece tomar en cuenta el efecto corrosivo de una desigualdad que se acumula y aumenta sin parar”.
El revés de la moneda, claro, es la enorme desigualdad que esto causa. Una manera de medirla es la diferencia entre los sueldos de los altos ejecutivos de grandes firmas globalizadas y los de sus trabajadores. En el Reino Unido, por ejemplo, un estudio realizado por la ONG Comisión de Altos Sueldos entre las firmas del FTSE 250 reveló que la relación llega a 656:1 en Safestore Holdings, una firma financiera donde los pagos son los más desiguales del país. En Gran Bretaña, los CEO ganan 17% más que en el resto de Europa, donde los salarios de los altos ejecutivos son de todas maneras muy elevados. En Estados Unidos la desigualdad es aún mayor.
Por años, diversos sectores vienen advirtiendo sobre el problema político y social de la concentración de la riqueza bajo el capitalismo globalizado. La generación de una casta cresa, cosmopolita y desarraigada involucra riesgos para todos. Sin embargo, siempre hay grupos y expertos que se oponen a encontrar una solución que signifique, por ejemplo, un alza de impuestos a los súper ricos. En un sistema que valora el crecimiento económico por sobre cualquier otra cosa, se dice que una tasa tributaria más alta para ese segmento provocará fuga de capitales y menor actividad. No se parece tomar en cuenta el efecto corrosivo de una desigualdad que se acumula y aumenta sin parar.
La ausencia de liderazgos políticos fuertes, y la obvia influencia de Wall Street y el gran empresariado en la política, hacen difícil que se impulsen correcciones efectivas. Más bien, como muestran Trott y Lenkau, ocurre que la industria y el comercio ven que es un buen negocio atender a un nicho demográficamente minúsculo, pero con elevadísimo poder de compra.
No hay que ser adivino para comprender el peligro político y social que supone esta tendencia. Una respuesta posible es el brote de movimientos neomarxistas o progresistas radicales, impulsores de una agenda “woke” que muchas grandes empresas, en un esfuerzo por neutralizar las críticas por la desigualdad, han abrazado alegremente. Toda esta situación está provocando réplicas: grupos y partidos de corte conservador, nacionalista y populista que son críticos de las corporaciones multinacionales, como ocurre con Giorgia Meloni y sus Hermanos de Italia.
Por ahora son temblores de cierta intensidad en lugares aislados. Pero si la tendencia sigue haciéndose más pronunciada, el efecto político y social cobrará fuerza y podría resultar fatal para quienes hoy gozan ciegamente de su condición ultraprivilegiada. El drama es que, por desgracia, su desastre sería el de todos.