Los participantes llegaron, los anfitriones dieron la bienvenida a los invitados europeos, se pronunciaron muchos discursos, se brindó y, al final, la reunión anual de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) fue aclamada como un éxito. Pero lo que quedó la mañana siguiente fue la clara sensación de una región profundamente dividida, que carece de un propósito común y sobre todo de liderazgo.
En primer lugar, lo bueno: los cuatro países principales de la ribera del Pacífico -México, Colombia, Perú y Chile- dieron pasos importantes para profundizar su acuerdo de integración comercial. A fines de este año, el 90% de todo el comercio dentro de ese bloque estará libre de aranceles. Costa Rica pidió el ingreso y el Japón fue aceptado como observador. Esta Alianza del Pacífico, que representa casi el 40% del PIB latinoamericano y
US$ 500 mil millones en exportaciones anuales, bien puede convertirse en un motor para el crecimiento económico de la región.
La mayoría de las economías de la región ha crecido desde el fin de la crisis, aprovechando un escenario internacional de altísimos precios de los productos primarios y bajísimas tasas de interés. Pero dada la limitada competitividad internacional de las economías y la escasa capacidad empresarial para innovar, nadie sabe qué ocurrirá con el crecimiento de América Latina el día que los precios de los productos primarios regresen a niveles terrenales.
En un puñado de países se han reducido ciertos indicadores de desigualdad. Pero la región sigue siendo la menos equitativa del planeta, y el deficiente funcionamiento de los sistemas educacionales y los mercados laborales sugiere que conservará ese dudoso honor en el futuro previsible.
Pregúntele a los dirigentes latinoamericanos y caribeños cómo piensan afrontar esos desafíos y obtendrá una cacofonía de respuestas, no todas coherentes.
Algún grado de apertura liberalizadora hacía falta desde mucho antes en dichos países. Pero privatizar sin fortalecer las políticas pro-competencia propició la creación de monopolios privados que cobraban precios elevados por bienes y servicios mediocres. De modo análogo, permitir entradas de capitales sin antes regular adecuadamente el sistema bancario causó auges crediticios y crisis financieras masivas. Los costos sociales y económicos de estas medidas equivocadas resultaron enormes.
Un vaivén del péndulo se volvió inevitable. El populismo, tan común en la historia de la región, regresó triunfal en Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela y otros países. La retórica ha sido toscamente anticapitalista, al estilo de los años 60. Las políticas económicas han sido erráticas y con frecuencia arbitrarias y -pese a los beneficios indudables del auge mundial de los productos primarios- los resultados económicos dejan mucho que desear.
Los países que han obtenido mejores resultados son los que se han mantenido alejados tanto del fanatismo de extrema derecha como del populismo de izquierda. Brasil durante la presidencias de Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inácio Lula da Silva, y Chile durante los gobiernos de la Concertación son los ejemplos inevitables. En esos casos, incentivos para la inversión y el crecimiento se combinaron con políticas sociales ambiciosas. Los ingresos aumentaron y la pobreza disminuyó, al mismo tiempo que una amplia gama de indicadores de desarrollo humano mejoró sustancialmente.
Brasil y Chile no han dado en el clavo con todo, pero sí parecen haber encontrado más soluciones eficaces a más problemas que otros países de la región. Así las cosas, ¿por qué no se han convertido Brasil y Chile en modelos de desarrollo moderno de centro izquierda en la región?
En Chile, la Concertación no fue eficaz a la hora de explicar sus logros, porque muchos de sus dirigentes más tradicionales nunca creyeron en las políticas moderadas que la coalición puso en práctica. Brasil, país de mucho mayor tamaño, era el candidato natural para ejercer el liderazgo político e ideológico en la región, pero abdicó ese papel al no estar dispuesto a enfrentarse a Chávez, apostando en cambio a ser el mejor amigo de todo el mundo en todo momento.
Imagine una reunión futura de la Celac en la que la presidencia de ese organismo recae en un dirigente moderno y progresista que plantea un programa convincente de libertades públicas, crecimiento económico e integración social. Imagine una reunión en la que las promesas de defender la democracia son algo más que una broma cruel. ¿Es demasiado pedir? Toda una generación de latinoamericanos abriga la esperanza de que no lo sea.
Copyright: Project Syndicate, 2013