DF Tax | Justicia
Ignacio Gepp, socio de Puente Sur.
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Ignacio Gepp
¿Quién no conoce a alguien que con superioridad moral está dispuesto a predicar sobre lo que es justo?
Hoy, mientras en Chile tenemos peleas de proporciones pitufas sobre si la primera vivienda debe o no pagar contribuciones, o sobre si el Presidente debe o no andar en bicicleta, el mundo debate sobre si es justo que la soberanía tributaria de un estado afecte la competitividad de otro estado.
En el pasado, defender la soberanía tributaria habría sido algo obvio para una ex colonia. Hoy, con un entusiasmo febril por el multilateralismo, ya no nos molesta tanto que los temas importantes como impuestos, privacidad de datos, medio ambiente o libre competencia se decidan en otros lugares con mejores quesos y pasteles. Parece que la soberanía es cosa de antaño.
“Hoy, mientras en Chile tenemos peleas de proporciones pitufas sobre si la primera vivienda debe o no pagar contribuciones, o sobre si el Presidente debe o no andar en bicicleta, el mundo debate sobre si es justo que la soberanía tributaria de un estado afecte la competitividad de otro estado”.
En ese contexto global, el mundo ya tiene a su Catón, un grupo de países desarrollados que, sin ser necesariamente los motores del crecimiento mundial, sí son ricos, al menos por glorias pasadas.
Estos predicadores nos dicen que, sin ser necesario un consenso global, el mundo va a una realidad donde tener una carga tributaria efectiva inferior al 15% para las grandes multinacionales, que no pertenecen a ellos, sino que en casi un 70% a China y Estados Unidos, será castigado. ¿Por quién? Por ellos, los justos.
¿Quién querría cobrar pocos impuestos? Típicamente, países sin una infraestructura desarrollada, un capital humano de alto nivel, un mercado interno fuerte, o simplemente países que no están sentados en un depósito de mineral o petróleo. En otras palabras, países en vías de desarrollo que necesitan atraer inversión extranjera, eso que Chile añoraba décadas atrás.
Como la memoria es frágil, Chile, que está en América, pero se ve a sí mismo como una sucursal de Europa, se unió rápidamente al grupo de quienes pretenden dar cátedra de lo que es justo y abrazó la idea de un Impuesto Mínimo Global (hoy parte de la reforma tributaria 2024).
En paralelo, Chile siguió el liderazgo de Colombia al congregar en Cartagena a 16 países con el fin de crear la Plataforma Regional de Cooperación Tributaria para América Latina y el Caribe, y así “promover reformas de la tributación corporativa, en especial de las empresas multinacionales, que consideren y protejan los intereses de la región”. ¿No habíamos decidido seguir a la OECD en esto?
Esta actitud de Chile quizás se explica por el hecho de ser, de acuerdo con un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo, uno de los países con la mayor tasa efectiva promedio de impuesto corporativo. ¿Será que eso nos convierte en la medida de lo justo?
El mismo estudio nos dice que los países de América Latina y el Caribe tienen una tasa efectiva promedio de impuesto corporativo del 23,9%, bastante digna comparada al 21,9% de la OECD.
De hecho, la OECD recientemente concluyó que el 53,2% de las utilidades afectas a baja tributación están en países con altas tasas de impuestos, y que sólo el 18,7% están en países de bajas tasas de impuestos. ¿No que los malos eran algunas islas con buen clima?
Quizás por estas contradicciones entre el predicar y practicar, 125 países liderados por Nigeria apoyaron la idea de volver a analizar la tributación internacional de forma justa e inclusiva, no ya en la OECD, sino que en el seno de la ONU. Ardió Troya en lo que se interpretó como un voto de no confianza en la basílica internacional de los impuestos. Chile apoyó en esto al Grupo de África.
Condorito haría “¡Plop!” al constatar que para Chile fue justo comprometerse al mismo tiempo a:
- Subirse a un bus en dirección a Arica manejado por la OECD que, dicen, beneficia a los países más ricos del mundo.
- Subirse a un bus en dirección a Mendoza manejado por Colombia, con el fin de estructurar sistemas tributarios americanistas en desmedro de acuerdos globales; y,
- Subirse a un bus en dirección a Puerto Montt manejado por la ONU, con el fin de pensar en un convenio fiscal mundial, y que debilita a la OECD.
A Chile la micro que le ofrezcan parece servirle y parecerle justa. Esto nos debería preocupar.
¿Qué es bueno para Chile entonces?
Primero, tratar de entender cómo logramos romper récords a los Usuain Bolt con un 51,4% de incumplimiento en el impuesto corporativo. Ahí hay talento, y dudo que alguien se lo quiera atribuir.
Segundo, volver a crecer más allá del 2,2% pronosticado para los próximos 10 años. En épocas de estancamiento eso supone que alguien tiene que ponerse a gastar, invertir y ser productivo. ¿Le vamos a pedir la receta mágica a una OECD que se espera crezca 1,4% en 2024 y 1,8% en 2025?
Algunos dirán que el contexto regional no hace aconsejable implementar recortes de impuestos para darle más liquidez al mercado. Quizás, si no tuviéramos un incumplimiento del 18,4% en el IVA, según dicen, otro gallo cantaría.
Otros dirán, inspirados en las ISAPRES quizás, que sin una menor presión fiscal y enfrentados a campos minados regulatorios, a los privados no se les puede pedir más.
Sin ser un sabio, mi deseo para 2024 es ver menos informes redactados en París, y más reflexión criolla sobre los compromisos que tenemos que alcanzar para que una economía sin viento de cola evite otra década perdida. De lo contrario, y al igual que los amantes del Impuesto Mínimo Global, para pagar la deuda pública sólo nos va a quedar apropiarnos de la recaudación de otros países. Si eso no los convence, piensen en el prospecto de tener a un “león” que nos diga que no hay plata y que no hay alternativa al shock de reformas dolorosas. No queremos esas injusticias.