Venezuela en la encrucijada
José Antonio Viera-Gallo Embajador de Chile en Argentina
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José Antonio Viera-Gallo
Cunde la preocupación por Venezuela. Los síntomas de un agravamiento de la crisis son elocuentes: inflación casi al 1.000%, escasez de alimentos y medicinas, contracción grave de la economía, aumento de la delincuencia y migración masiva, principalmente hacia Colombia y Brasil. Para no hablar del evidente deterioro de las instituciones democráticas y de las impugnaciones por actos graves de corrupción, especialmente en la empresa nacional del petróleo.
La comunidad internacional ha reaccionado induciendo al gobierno venezolano a buscar alguna salida pactada con la oposición, pero hasta ahora las instancias de diálogo han fracasado. También el gobierno se niega a abrir un canal de ayuda humanitaria para permitir asistencia a los sectores más afectados por la escasez.
El gobierno ha adelantado las elecciones presidenciales para abril haciendo caso omiso de las exigencias de la oposición y de la comunidad internacional. Varios países –entre ellos el llamado Grupo de Lima, integrado por la mayoría de los países latinoamericanos, entre ellos Chile– han declarado que no reconocerán sus resultados por no existir garantías de rectitud y transparencia en el sistema electoral.
El secretario general de la ONU ha afirmado que no ve salida en el horizonte. Venezuela estaría en un punto muerto: el gobierno no propone una solución a la crisis y la oposición se debate en la incertidumbre de participar o no en comicios que considera ilegítimos.
Todavía falta un pronunciamiento unitario de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), mientras tres de sus principales integrantes han anunciado que no se presentarán a las elecciones. Por su parte el MAS (Movimiento al Socialismo), que no integra la MUD y es opositor decidido al régimen, se pronuncia por concurrir a las urnas para evitar una perpetuación de Maduro en el poder.
Por su parte, el movimiento de protesta social que salía a las calles demandando sus derechos, la libertad de los presos políticos y un cambio de gobierno, hoy aparece en retirada, luego de sufrir los embates de la represión. Sin embargo, han entrado en acción nuevos actores: los rectores de universidades, los colegios profesionales, los empresarios y la Iglesia, que presionan por una salida pacífica.
Fui a Caracas a solicitud de la Internacional Socialista en 2014 para asistir a Leopoldo López, líder del partido Voluntad Popular, entonces detenido en la prisión de Ramo Verde, y pude constatar no sólo la arbitrariedad de tal decisión y la manipulación de la justicia, sino también la magnitud de la “grieta social y política” en el país. El gobierno se negó a recibirme y tuve contacto con todas las fuerzas políticas de oposición y con la Iglesia, además de intelectuales y periodistas. Volví con una visión pesimista de la situación.
Lamentablemente los hechos ocurridos desde entonces han confirmado esa convicción. La historia enseña que cuando una sociedad entra en lo que Gramsci llamaba “crisis orgánica”, es decir, cuando las fuerzas en juego parecen empatadas y lo viejo no termina de morir y lo nuevo de nacer, el ambiente es propicio al surgimiento de todo tipo de iniciativas y experimentos para inclinar la balanza. Se viven, entonces, momentos de extremo peligro.
En la escena internacional hay una sensación de impotencia, que las palabras de Guterres desde la ONU reflejan claramente. Sin embargo, es fundamental que los organismos internacionales, los gobiernos y las fuerzas democráticas sigan alerta para defender los derechos humanos y evitar cualquier salida extrema que solo puede agravar la situación.
La posición del gobierno de Chile ha sido a la vez firme y serena. Nuestra embajada ha dado asilo a varios líderes perseguidos. La cancillería ha hecho pública la crítica al gobierno venezolano por los atropellos a los derechos humanos y aceptó junto con México ser observador y facilitador del diálogo, propiciado por República Dominicana, el que fracasó. Chile ha estado presente en el Grupo de Lima y ha concurrido a una postura latinoamericana mayoritaria, pero al mismo tiempo ha rechazado cualquiera solución de fuerza.
Quienes tienen la palabra decisiva son los propios venezolanos.