Inflación, recesión, ¿y estanflación?
Rodrigo Aravena González Economista Jefe del Banco de Chile
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Rodrigo Aravena González
Las noticias macro no han sido buenas. Debido a una serie de factores, principalmente internos, la economía ha experimentado un ajuste poco habitual, caracterizado por un marcado aumento de precios, con un crecimiento en franca decadencia y encaminándose hacia una recesión.
Basta recordar, por ejemplo, que el 13% de inflación anual de julio fue el mayor desde 1994, en un contexto donde en varios meses de 2022 (cinco, para ser exactos) la inflación se ha ubicado por sobre el inédito nivel de 1%. Adicionalmente, el Imacec desestacionalizado de junio se encontró en un nivel inferior al que existía en diciembre, confirmando que la producción no ha crecido durante el presente ejercicio.
“Si bien no tenemos un cuadro de estanflación, tampoco, lamentablemente, resulta descartable en el futuro. Es de vital importancia tomar nota de algunos ejemplos en la región para asegurar que el actual cuadro macro solo sea un ajuste y no se vuelva un problema crónico”.
En este contexto, hay una pregunta que, gradualmente, se ha ido instalando en la discusión pública: ¿hoy tenemos una estanflación? Esta interrogante ha tenido tal relevancia, que incluso desde el Gobierno, la semana pasada, se mencionó la posibilidad de que nuestra economía esté atravesando por esta situación. Quisiera plantear por qué, si bien no tenemos un cuadro de este tipo, tampoco, lamentablemente, resulta descartable hacia el futuro.
Para partir, es útil recordar que una estanflación se caracteriza por una recesión y una aceleración inflacionaria, con una importante persistencia. Este último factor es clave, ya que no basta un par de meses de Imacec negativos e IPC elevados para decretar este cuadro. Por esta razón, es fundamental monitorear algunos aspectos que podrían ser determinantes en la duración de la actual situación macro.
Uno de ellos es la trayectoria del gasto fiscal. Luego de un par de años de déficits superiores a los siete puntos del PIB (con un gasto creciendo 32% en 2021), la necesidad de un ajuste simplemente no resiste análisis. La sostenibilidad fiscal requiere, entre otras cosas, una deuda que se mantenga en niveles estables a través del tiempo, con déficits no superiores al 1% del producto. Dada la combinación de menor crecimiento y mayores niveles de deuda (que han elevado los pagos de intereses en alrededor de 1% del PIB), la estabilización de la deuda se lograría con recortes de gasto futuro. Bien sabemos que la falta de disciplina fiscal tiene impactos directos en tipo de cambio, tasas de interés, inversión y empleo, pudiendo con ello hacer más persistente el cuadro de recesión con inflación.
Una segunda causa es el deterioro de factores político-institucionales. La historia económica reciente nos ofrece múltiples ejemplos de países donde cambios en fundamentos de largo plazo han reducido la capacidad productiva, trayendo consigo menor disponibilidad de bienes, salidas de capitales, menos recursos para inversión y fuertes depreciaciones cambiarias. Estos ajustes, que suelen ocurrir de manera simultánea, pueden ser determinantes para que la inflación y el bajo crecimiento pasen a ser problemas crónicos. A nivel regional, por ejemplo, ello ha ocurrido ante la presencia de sistemas políticos deficientes (caracterizados por falta de contrapesos), instituciones no independientes del ciclo político y reformas mal diseñadas, entre otros.
Es de vital importancia tomar nota de estos casos, más aun por las discusiones y definiciones claves que enfrentaremos en el muy corto plazo, tanto a nivel constitucional como por las reformas que se han anunciado. Estos y otros factores serán determinantes para que el actual cuadro macro solo sea un ajuste y no una estanflación de largo plazo mucho más dolorosa.