Forma y fondo de la vía argentina al capitalismo
Juan Ignacio Brito Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del centro Signos UAndes
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Juan Ignacio Brito
Hay en círculos chilenos entusiasmo por lo que hace Javier Milei en Argentina. Los cambios que impulsa ilusionan porque suponen un giro hacia “la libertad”, convertida en eslogan potente al otro lado de la cordillera.
La ambición de Milei es revolucionaria. Aspira a una transformación profunda que permita a los argentinos dejar de vivir de los recuerdos de una grandeza perdida. Los enemigos están claros: el Estado elefantiásico y la “casta” que extrae riqueza y poder de él.
Lo que parece quedar fuera de la fórmula es la mesura. Milei ha enviado un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y un proyecto de ley “ómnibus” de “bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”. Se trata de documentos complementarios y enormes. En conjunto, abarcan temas económicos, financieros, fiscales, tributarios, previsionales, de seguridad, asignación de recursos a las provincias, laborales, de defensa, tarifarios, energéticos, sanitarios, administrativos y sociales. Y lo más polémico: el Presidente pretende gobernar por decreto durante dos años, hasta el 31 de diciembre de 2025.
“Argentina requiere reformas profundas, pero solo ganarán legitimidad si son debatidas en sede política. Si hay un consejo que podemos darles los chilenos es que la despolitización es un atajo que termina costando caro”.
La rapidez de Milei sorprende a la oposición. No quiere que le ocurra lo que le sucedió a Mauricio Macri, quien dudó y optó por un gradualismo que permitió la agrupación de las fuerzas contrarias a las reformas. Milei apuesta por la terapia de shock: no quiere negociar, se juega al todo o nada y utiliza su luna de miel con el electorado para ganar atribuciones extraordinarias que hagan imparable su revolución.
La ilusión que anima a varios viene dada por los objetivos que plantea el Presidente. La grandísima mayoría de ellos son loables, pues nadie podría negar que Argentina es un país disfuncional, al borde de la quiebra, con desafíos sociales y problemas políticos. Pero juzgar un proyecto solo por sus objetivos es propio de utopistas, no de un realismo prudente que preste atención a las condiciones del terreno. Es necesario considerar los medios utilizados.
Argentina requiere reformas profundas, pero solo ganarán legitimidad si son debatidas en sede política. Si hay un consejo que podemos darles los chilenos es que la despolitización es un atajo que termina costando caro, pues lo que se gana en eficiencia se pierde, a la larga, en legitimidad.
Aunque es indesmentible que el abuso con los DNU se ha hecho costumbre en Argentina desde los tiempos de Raúl Alfonsín (1983-1989), es paradójico que un mandatario que asegura venir a cambiarlo todo recurra a una mala práctica clavada en el corazón del comportamiento histórico de la “casta” que él denuncia. Esta incoherencia parece pasar inadvertida entre quienes favorecen la vía argentina hacia el capitalismo.
El DNU puede terminar resultando caro. Quizás es una advertencia ominosa de hacia dónde conduce la cruzada libertaria que encabeza Milei. Cualquier observador imparcial notará que hay ahí una semilla autoritaria que puede florecer más temprano que tarde y ser muy dañina no solo para su país, sino también para las ideas que el Presidente postula y el ejemplo que el experimento argentino proyecta en la región.
Todavía es temprano y mucho puede suceder. Pero desde ya los adherentes de Milei deberían tener en cuenta las sabias palabras de Joseph De Maistre: el peor enemigo de la revolución no son los reaccionarios, sino la desmesura de los jacobinos que la impulsan.