¿Comienza otra relación con China?
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Fernando Reyes Matta
Fernando Reyes
A estas alturas es obvio decirlo: la baja en el crecimiento de China tiene a muchos inquietos en América Latina, especialmente en los países sudamericanos. En esta subregión, tan ligada a China por los commodities, hay preocupación ante la reducción de la demanda y su impacto en el precio de estos productos. Así ocurre con el precio del cobre, especialmente en Chile y Perú, países donde se manifiesta una espiral de inquietudes por el impacto de esta nueva situación en el PIB. En este marco, vale plantear una pregunta: ¿es ésta una realidad inesperada?
Ya lo anticipamos en esta misma columna hace tiempo, tras el Congreso del PCCh en noviembre de 2012. Si allá se planteó un nuevo modelo de desarrollo -menos ligado a la exportación y más al consumo interno, a la descontaminación y la expansión urbana- era lógico prepararse para las consecuencias de aquello. En marzo 2013 volvimos a señalar que China tendría un crecimiento menor, pero persistente: apareció allí el 7%.
Y en eso estamos ahora. Tanto Xi Jinping como el primer ministro Li Keqiang siguen firmes en apostar al consumo y la urbanización como pilares del crecimiento chino. Para ello, por cierto, deberán sostener una tasa de empleo capaz de absorber a los 7 millones que cada año salen de universidades e institutos técnicos buscando su inserción. Y es aquí donde aparece una palabra clave para esta nueva etapa: innovación.
Hace pocos días se dio a conocer un informe de la Oficina Mundial de Propiedad Intelectual, donde se contabilizaron las solicitudes de patentes presentadas en 2013. Primero Estados Unidos con 57.239, luego Japón con 43.918 y en tercera posición China con 21.516 solicitudes. Esto es por encima de Alemania, Corea, Francia y Reino Unido, entre otros. Es una señal importante: la inventiva está ganando su espacio en la China contemporánea y allí apuestan a su futuro.
Liu Shijin, influyente subdirector del Centro de Investigación de Desarrollo del Consejo de Estado en China dijo el 25 de marzo: “China se enfrenta a tres grandes desafíos en su transición económica: controlar los riesgos financieros y fiscales, mejorar la eficiencia de los sectores no transables y buscar nuevas áreas de crecimiento”. Y agregó cómo y por dónde iban esas posibilidades: “China promoverá diversas formas de innovación buscando nuevas áreas de crecimiento. Estas áreas pueden ser descubiertas en las industrias educativa, médica y cultural; en aplicaciones avanzadas para el comercio-Internet, en la producción de energía fotovoltaica; en avances tecnológicos en descontaminación, en ahorro energético y energías limpias… Hoy lo más importante para crecer es innovar”.
Y eso lleva a una conclusión esencial: debemos hacer un ejercicio mayor para entender la China que viene, sus aspiraciones y demandas futuras. De una u otra forma -aunque duela- pondrán orden en su sistema financiero; las clases medias sobrepasarán los 600 millones al 2020, buscarán otros consumos, saldrán cada vez más al mundo. Esa otra China deberá emerger de una cirugía mayor que, entre otras medidas, deberá reformar el sistema financiero “limpiándolo” de viejos vicios ligados a influencias políticas o pocas evaluaciones de riesgos. Al mismo tiempo, se convertirá en país urbano, donde las demandas de buenos servicios y diversidad en el consumo serán crecientes.
Para Chile llegó la hora de la prospectiva, de analizar cuál puede ser la relación con China a futuro. ¿Seguiremos manteniendo una matriz exportadora a ese país donde el cobre alcanza el 83% del total? ¿Cómo nos ligaremos a sus áreas de innovación? ¿Cuándo vamos a aprovechar a fondo el acuerdo de servicios que ya tenemos? ¿Cuál será el plan en agroindustria, en industria pesquera e, incluso, en industrias culturales que podemos empujar pensando en China?
Es cosa de ver lo que la Unión Europea ha dicho a Xi Jinping en su reciente visita a ese continente, para darse cuenta que otros ya están en eso, en pensar el futuro con aquel gigante.