Aprobar: rendición peligrosa
Fernando Barros T. Abogado. Consejero de Sofofa cargo
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Fernando Barros
A propósito de los violentos actos de destrucción y saqueo vividos y que aún continúan, la elite política acordó, de madrugada y mientras la ciudad ardía, entrar en un proceso de reemplazo de la Constitución Política vigente, promulgada por el Presidente Lagos en 2005, con más de 50 reformas, acordadas democráticamente y en paz, que justificaron que el mandatario y la coalición gobernante, hoy oposición, la calificaran como el “Logro de todo Chile”, “La puerta al siglo XXI”, una “Constitución Democrática… que ya no nos divide”.
Las (pocas) manifestaciones pacíficas reflejaban frustración por injusticias, abusos del Estado y empresariales, bajas pensiones, alto endeudamiento personal y también, y a pesar del innegable desarrollo humano y económico de las últimas décadas, un alto nivel de confrontación de clases y otras debilidades humanas. A pesar de ello, las dirigencias políticas superadas, los poderes económicos culposos y temerosos por sus activos, y una comunidad de “intelectuales” ansiosa de concretar el conjunto vacío de “cambios para Chile”, encontraron, al final de la lista de preocupaciones de nuestra sociedad, la Constitución para sacrificarla como ofrenda y chivo expiatorio.
Así, y sin indicar qué falencias ameritan demolerla, los ciudadanos deberemos pronunciarnos sobre ello en un plebiscito.
Si gana el Rechazo, podrán producirse reformas democráticamente en el Congreso, a través de la institucionalidad que ha regido exitosamente por décadas, incluyendo este plebiscito. A la inversa, si gana el Apruebo, entramos a una suerte de “dimensión desconocida”: no hay reglamento (deberá resolverse por los convencionales), ni se conoce otra norma que aquella que ordena aprobar la propuesta de Constitución que se someterá al plebiscito de salida por 2/3 de la convención.
¿Partiría el trabajo de la Comisión con una hoja en blanco, vale decir desde cero? El senador Girardi aclara el punto: “[…] lo que vamos a hacer es que se parte de una hoja en blanco. No existe la Constitución de Pinochet. No hay ningún artículo”, ilustrándonos la odiosidad de la izquierda que pretende resolver ella, incluso, la incorporación de los contenidos de tratados internacionales suscritos por Chile.
¿Y qué hay de la protección convenida de los 2/3 para aprobar las normas de la nueva Constitución? Otra vez el senador Girardi deja al descubierto el pensamiento de su sector: “¿Por qué son importantes los 2/3? Porque si la derecha quisiera reponer el Tribunal Constitucional, requiere dos tercios y no los va a tener [...] si la derecha quisiera reponer el derecho a la vida, que ha impedido los derechos sociales y reproductivos, requiere dos tercios y no los va a tener”.
Una norma pensada para garantizar la inclusión de principios y contenidos a través de un quórum alto, es desvirtuada completamente y transformada en una norma para excluirlos. Es evidente el afán refundacional de esta aventura constituyente, que no es más que el pago de un rescate para detener la violencia desatada en una sociedad que está secuestrada por el extremismo, y no por los pensionados o postergados. Aquellos que reconocen el enorme avance de Chile al desarrollo —y que por temor o ingenuidad cifran esperanzas de paz en este proceso— aún están a tiempo de no rendirse y rechazar la destrucción de la exitosa institucionalidad, y aun cuando triunfara la aprobación, enviar un claro mensaje de que una gran cantidad de chilenos queremos mejorar y no demoler el país.