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Columnistas

“Es mejor ignorar a los expertos a la hora de ponerles nombre a los hijos”.

Pilita Clark

Por: Equipo DF

Publicado: Lunes 14 de febrero de 2022 a las 04:00 hrs.

Dudo que muchos hayan notado cuando, en una gala en Manila la semana pasada durante la visita de Donald Trump, Rodrigo Duterte, el presidente filipino, cantó un dueto con una artista local.

Yo tampoco, hasta que vi el nombre de la cantante, Pilita Corrales, la infatigable diva quien fue la inspiración de mi nombre. Ella había llamado la atención de mis padres porque era muy popular en mi país natal, Australia, habiendo causado una pequeña sensación cuando llegó en 1959, con un mago de Hollywood que no era su esposo, en un yate con una fuga de agua que tuvo que ser rescatado por la Marina.

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Ella aprovechó su instantánea fama para hacer carrera en el mundo del espectáculo de Melbourne, algo que yo me perdí ya que ni había nacido en ese momento. Pero sí siguió sus pasos a la distancia a través de los años, cuando volvió a su país ya una carrera que la llevó de ser el acto de apertura para los Beatles a jueza en el programa Factor X de Filipinas en 2012.

En todo este tiempo, nunca pensé mucho en si ha sido algo bueno o malo tener su nombre. Es cierto que nunca recuperaré las horas que pasó en el teléfono borrando mi nombre para extraños perplejos. También tuve un encuentro singularmente tenso con una nueva colega de oficina, quien me explicó más tarde que le costaba ser amigable conmigo porque siempre sospechó que la original y más glamorosa Pilita una vez tuvo una aventura amorosa con su padre.

Yo lo clasifiqué como mala suerte, al igual que mi encuentro con un hombre altanero que conocí en una fiesta, que me preguntó tres veces cómo se escribió mi nombre, y entonces dijo: “Pilita. Si. Casi funciona, pero no del todo”.

Pero la semana pasada la noticia de que la Pilita original seguía viva, impulsó a una amiga a presentarme un perturbador detalle de una investigación que me instó a pensar sobre mi nombre una vez más. El estudio sugiere que las personas con un primer nombre inusual son menos propensas a obtener un empleo que las personas que tienen un nombre común, y literalmente aconseja a los padres a que “quizás quieran reconsiderar haber escogido algo llamativo”. Esto me sumió en una urgente ronda de búsquedas en Google que reveló un amplio campo de estudio sobre cómo los nombres afectan las oportunidades profesionales, que no es muy alentador para una Pilita. Parece que el problema comienza temprano, en la escuela, donde aparentemente los maestros subconscientemente bajan sus expectativas de los niños con nombres inusuales, hasta el punto en que estos niños pueden obtener calificaciones más bajas en los exámenes.

Otros estudios hallaron que los muchachos con nombres raros están excesivamente representados en los rangos de delincuentes juveniles estadounidenses, independientemente de la raza. La correlación obviamente no equivale necesariamente a la causalidad, aunque existe una opinión que tener un primer nombre inusual podría hacer a los chicos más propensos a cometer actos delincuentes porque sus contemporáneos los tratan de modo diferente y les es más difícil establecer relaciones.

También existe el problema de la pronunciación. Yo he pasado mucho tiempo explicando cómo se pronuncia mi nombre (énfasis en la segunda sílaba, no la primera). Por eso me alarmó otro estudio que sugería que las personas con nombres difíciles de pronunciar podrían ser menos simpáticas, y tener menos oportunidades de ser promovidas a un puesto importante en un bufete de abogados, hasta que me di cuenta que se refería a los apellidos. Gracias a Dios que siempre he sido una Clark.

A pesar de todo eso, dudo que un nombre inusual tenga tanta importancia. No impidió que Condoleezza Rice fuera nombrada Secretaria de Estado de EEUU, ni que Barack Hussein Obama fuera elegido presidente. Y el primer ministro del Reino Unido sigue siendo Alexander Boris de Pfeffel Johnson.

Pero tampoco diría que un nombre no significa nada, particularmente en una junta directiva.

Una de las cosas más extrañas que encontré fue un análisis de perfiles de LinkedIn que mostraba que los jefes ejecutivos masculinos no sólo tienen nombres comunes generalmente, sino que con frecuencia usan versiones cortas de sus nombres, como Bob, Jack o Fred. Las directoras ejecutivas femeninas, por otra parte, se inclinan a usar sus nombres completos: Deborah, Cynthia o Carolyn.

Los expertos creen que se debe a que los hombres desean parecer más amistosos y abiertos, mientras que las mujeres sienten la necesidad de parecer más profesionales.

Sea como sea, me alegro de haber sido una pilita, algo que casi no fui. Mis padres consideraron a Amanda y Jane antes de su selección final. Tal vez la ciencia sostenga que ésas son selecciones más prudentes, pero seguramente no son tan divertidas.

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