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El valor de los acuerdos: construir sin destruir

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Pablo Longueira

Mis primeras líneas son para agradecer al Diario Financiero la invitación para ser columnista de este prestigioso medio de comunicación.

Escribo hoy sobre un tema que -al menos para mí- siempre fue el centro de la acción política. La mirada país, la visión de Estado, la búsqueda permanente –con consensos amplios- de los grandes desafíos del país.

Chile ha cambiado y para bien. El país entró en un nuevo ciclo político, con una ciudadanía más demandante, que exige sus derechos y rectificaciones que permitan transitar hacia un objetivo compartido por la sociedad entera, un Chile más justo, que nos permita reducir los históricos niveles de desigualdad. Si no sabe lo que es el índice de Gini, es mejor empezar a averiguarlo. Bienvenido al Chile de los US$ 20.000 de ingreso per cápita.

La gran pregunta es ¿cómo acometer estos cambios? Especialmente, cuando se levantan las primeras voces de alerta sobre el vertiginoso ritmo de reformas que el gobierno lanza al debate público y que implican cambios estructurales en áreas de fondo -como son la educación, la tributación y nada menos que la Constitución-, y abarcan una gama tan variada y significativa de temas como la previsión, el aborto, la salud, el agua, la protección al consumidor, etc.

Algunos hablan de un “frenesí” legislativo, que excluye el diálogo y la capacidad de escuchar las propuestas sensatas que pueden tener otras voces.

No tengo dudas que los chilenos quieren cambios, pero no quieren conflicto, confrontación, ni crispación del ambiente político. Y tampoco quieren aplanadoras, retros, ni ningún tipo de maquinaria pesada que hagan tabla rasa de lo avanzado por nuestro país en las últimas tres décadas.

Si hay algo en común entre todos los políticos a los que alguna vez les he preguntado -que no han sido pocos y de todos los sectores políticos- es por qué no fueron capaces de evitar el quiebre institucional. Todos sitúan, como el comienzo, el descuido del lenguaje. Así de simple, hay que cuidar el lenguaje, especialmente, el que siembra odio. La descalificación y el atrincheramiento fueron llevando lentamente a perder la amistad cívica tan vital para engrandecer y conducir a los países. Para prestigiar la política. Para pensar en grande. Para llegar a acuerdos. Se dejó de escuchar al otro.

En ese sentido, celebro las palabras de la Presidenta el 21 de mayo: “nuestro país no parte de cero”.

Como he dicho otras veces, hay que ser ciegos para no valorar el camino al desarrollo que ha recorrido Chile en las últimas décadas, en virtud del cual miles de familias han ido alcanzando los beneficios del desarrollo, logrando acceder a bienes y servicios que sus padres jamás soñaron. La disyuntiva es cómo seguir avanzando para que sigamos construyendo, todos juntos, la senda que nos permita seguir derrotando la pobreza y reducir la histórica desigualdad de nuestro país.

Hoy, un sector de la clase política -en especial en la coalición de gobierno- plantea, con un cierto desprecio, una dura crítica a lo que fue la política de acuerdos llevada adelante por ese mismo sector mientras fueron gobierno. Se mira ese camino como una suerte de “componenda”, que frenó los cambios. En mi visión, están profunda y totalmente equivocados. No se registra en nuestros 200 años de vida republicana, tres décadas más exitosas en lo político, económico y social en nuestro país que las últimas.

Los acuerdos permiten a la mayoría que impulsa los cambios que demanda la sociedad hacerlo en un clima de entendimiento y en forma inclusiva con quienes plantean legítimas visiones distintas. Escuchar, dialogar no es para “transar” o detener el avance de las reformas, permite enriquecerlas y enmendar aquello que puede tener efectos negativos. También un clima así, y no de enfrentamiento, genera la confianza y las reglas estables que necesitamos para poder seguir el camino al desarrollo que hasta ahora hemos transitado, y que no engrosemos la larga lista de naciones que cayeron en la trampa de los países de ingresos medios.

Hay que cambiar el clima y el lenguaje. Ni videos y ni panfletos. Que el rigor intelectual derrote a la consigna. Que los políticos serios terminen el recreo y enfrenten la demagogia. Llegó la hora de atreverse a coincidir. Hoy no solo escribo sobre esto, sino que espero contribuir a cambiar el clima. Ojalá en el tema tributario, educacional y constitucional ocurra lo mismo que hoy en energía.

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