El último show del gobierno argentino
Lo único peor que una mala película es una mala película repetida. Al nacionalizar el gigante petrolero YPF...
Lo único peor que una mala película es una mala película repetida. Al nacionalizar el gigante petrolero YPF, Argentina nos ha hecho presenciar un episodio de nacionalismo económico demasiado conocido. Ya hemos visto este espectáculo, y no termina nada de bien.
Comencemos con la escandalizada (como era de esperar) reacción de los empresarios y políticos conservadores, que insisten que después de esta expropiación nadie volverá a invertir en Argentina. Falso, como también lo fueron las afirmaciones anteriores de que nadie volvería a prestar al país tras su enésimo impago de la deuda. Como nos recuerda P.T. Barnum, cada minuto nace un ingenuo; seguro que casi tan seguido nace uno que va a ser rescatado por su gobierno si presta en exceso.
Lo que está en juego cada vez que los gobiernos argentinos caen en el populismo no es el destino de los inversionistas extranjeros, sino el de los ciudadanos de Argentina. El populismo y el nacionalismo económico han empobrecido a los argentinos al menos desde los años 40, y esta vez no será distinto.
Argentina viene estropeando su sector energético por más de una década. Tras la crisis económica de 2001, las autoridades fijaron el precio de la energía en pesos nominales y lo mantuvieron así por años, a pesar de que la inflación llegaba al 20% o más (según estimaciones independientes). No es de sorprender que los consumidores hayan consumido en exceso y las empresas hayan invertido poco. La producción se estancó. Con el gas era cada vez más escaso, Argentina incumplió sus contratos de exportación de gas a Chile y les impuso un gravamen abusivo y arbitrario.
Hoy se afirma que Argentina posee la tercera mayor reserva de gas pizarra del mundo, en un yacimiento que lleva el sugerente nombre de Vaca Muerta. El gobierno argentino no posee ni el dinero ni la tecnología para explotar estos vastos recursos. Podría seguir el ejemplo de Bolivia: expulsar a las compañías extranjeras y luego ser incapaz de extraer el gas. De lo contrario, se verá obligado a encontrar socios, muy probablemente extranjeros.
La pregunta, entonces, no es si los argentinos avanzarán solos y orgullosos por su propio camino, sino qué tipo de socios tendrán. Acaban de expulsar a una compañía cuyo capital venía principalmente de un país democrático, España. Con todos sus defectos (nunca fueron modelos de innovación ni de visión de futuro), YPF y su empresa matriz, Repsol, al menos debían regirse por las reglas exigidas de empresas que transan sus acciones en las bolsas de valores de los países avanzados.
Si los informes de prensa están en lo cierto, los próximos socios extranjeros de YPF bien podrían venir de China. Y el historial de las compañías chinas en África, donde han entrado en una carrera abierta por controlar los recursos naturales, con poca consideración por las sutilezas de la transparencia y la rendición de cuentas, además de ignorar la protección del medio ambiente, los derechos humanos y las libertades democráticas, no es exactamente esperanzador.
Las señales recientes dan pie para dudar que YPF se vaya a convertir en una empresa modelo. Reconociendo que muchos países europeos y asiáticos poseen empresas estatales exitosas, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha desarrollado un código de mejores prácticas. Recomienda distanciar a las empresas a de los intereses de corto plazo de los políticos, nombrar consejos directivos independientes, mejorar los mecanismos de divulgación de información, estar atentos a los conflictos de intereses y contratar gerentes profesionales. Esos fueron los principios aplicados cuando, como parte del ingreso de Chile a la OCDE, el Congreso chileno aprobó en 2009 la reforma de gobierno corporativo del gigante cuprífero Codelco.
En contraste, el gobierno argentino ha encargado la dirección de YPF a un viceministro cuya experiencia profesional está en el mundo de las teorías académicas. El consejo directivo de YPF estará repleto de miembros de La Cámpora, el grupo de jóvenes peronistas encabezado por Máximo Kirchner, hijo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es probable que la calidad de gestión esté al nivel del de Aerolíneas Argentinas, que volvió a ser nacionalizada hace poco y cuyos asistentes de vuelo malhumorados y despegues eternamente retrasados la han convertido en blanco de bromas.
La perspectiva de que YPF se pueda convertir en la plataforma de lanzamiento de la próxima generación de la dinastía Kirchner sería para la risa si no fuera inquietantemente plausible. La familia Kirchner parece estar esforzándose por demostrar la famosa máxima de Marx de que la historia se repite “primero como tragedia y luego como farsa”. Los gobiernos de los Kirchner les deben más a Groucho, Chico y Harpo que a Karl. Qué pena para Argentina.
Copyright: Project Syndicate, 2012