El trato de Wall Street con Trump
Muchos líderes empresariales se equivocan al minimizar los riesgos de un segundo mandato del expresidente republicano..
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Edward Luce
El Financial Times (FT) se deshizo en elogios a Benito Mussolini en un suplemento de junio de 1933 titulado "El Renacimiento de Italia: el regalo de orden y progreso del fascismo". Los trenes funcionaban con puntualidad, las inversiones estaban en pleno apogeo y las fricciones entre capital y trabajo eran cosa del pasado. "El país ha sido remodelado, más que reformado, bajo la vigorosa arquitectura de su ilustre primer ministro, el Signor Mussolini", escribió el corresponsal especial del FT.
Los años treinta deberían haber enterrado la idea de que las empresas son un baluarte contra la autocracia. Actualmente, Estados Unidos nos lo recuerda. Tras la intentona golpista de Donald Trump el 6 de enero de 2021, los líderes empresariales estadounidenses se unieron en su condena al asalto al Capitolio. Jamie Dimon, presidente ejecutivo de JPMorgan, emitió una declaración en la que pedía una transición pacífica del poder. "No somos así ni como pueblo ni como país", dijo.
La semana pasada, en Davos, Dimon cambió de opinión. Trump hizo muchas cosas buenas cuando estuvo en el cargo, dijo. Las empresas estaban preparadas tanto para Joe Biden como para Trump: "Mi compañía sobrevivirá y prosperará bajo ambos".
La Cámara de Comercio de EEUU ha sufrido una evolución similar. "Hay algunos miembros que, a causa de sus acciones, habrán perdido el apoyo de la Cámara de Comercio de EEUU. Punto final", dijo su vicepresidente, Neil Bradley, en enero de 2021. La prohibición de la Cámara de darles dinero a los legisladores que habían votado en contra de certificar la victoria electoral de Biden se retiró discretamente un par de meses después.
En su discurso sobre el estado de los negocios en EEUU de hace un año, Suzanne Clark, directora ejecutiva de la Cámara, no mencionó la democracia estadounidense. La principal prioridad de la Cámara sería combatir la "extralimitación regulatoria sin precedentes" de la Comisión Federal de Comercio (FTC, por sus siglas en inglés), la Comisión de Bolsa y Valores (SEC, por sus siglas en inglés) y otros organismos.
Para ser justos con Dimon, Clark y otros líderes empresariales, se les paga por minimizar riesgos. Ante la posibilidad de que Trump vuelva al poder, necesitan preservar la opción de llevarse bien con él. El deber de muchos en Wall Street es para con los accionistas. Si el pueblo estadounidense quiere a Trump, ¿quiénes son ellos para discutir?
Sin embargo, ese argumento pierde su importancia cuando los líderes empresariales empiezan a donar a la campaña de Trump, como muchos están haciendo ahora. Algunos, como Harold Hamm, el magnate petrolero de Oklahoma, o Robert Bigelow, propietario de Budget Suites of America, invirtieron su dinero en el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que ahora ha abandonado la contienda y apoyado a Trump. Algunos de sus exdonantes están haciendo lo mismo.
Su razonamiento tiene dos vertientes. En primer lugar, sostienen, a pesar de todos sus defectos, Trump sería mejor para las empresas que Biden. Trump redujo la tasa impositiva máxima y mejoró sus balances finales. Y promete volver a hacer lo mismo. Las andanadas de Trump contra el corporativismo son sólo carne roja para sus seguidores con muy poco seguimiento. También impulsaría la industria de los combustibles fósiles y el sector de los bienes raíces comerciales.
La suposición de los líderes empresariales de que Trump cumplirá estas promesas es casi con toda seguridad acertada. El hecho de que prometa imponer aranceles del 10% a todas las importaciones debe sopesarse frente a la continua expansión regulatoria de Biden. Para muchos jefes corporativos, una menor globalización es un precio que vale la pena pagar por unos impuestos más bajos. Parece ser que casi todo lo es.
La segunda razón para apoyar ahora al expresidente es que muchos líderes empresariales sostienen que Trump ladra más que lo que muerde. La gente advirtió sobre la amenaza de Trump a la democracia en 2017, pero la república sigue vivita y coleando. He oído variaciones de esta frase de muchas personas dentro y fuera del sector empresarial.
Pero sufre de un defecto fatal: el sistema estadounidense permanece intacto porque a Trump se le impidió derribarlo. Él sigue afirmando que las elecciones de 2020 fueron robadas y se está postulando con la promesa de encarcelar a quienes se unieron para impedírselo, entre ellos Biden y Mark Milley, el entonces jefe del Estado Mayor Conjunto estadounidense. Es concebible que Trump sea demasiado caótico como para cumplir esa promesa. Por otro lado, afirmaría tener el mandato de los votantes para hacerlo. Quizá las cortes se lo impidan. Quizás. Las empresas estadounidenses se verían impotentes.
Aprendemos de la historia que no aprendemos de la historia, como decía Hegel. Su argumento se aplica a nuestra especie, no sólo a las empresas. Pero vale la pena hacer hincapié en que el capitalismo va de la mano del Estado de Derecho. Prospera gracias a la transparencia de las regulaciones y la inviolabilidad del contrato. Los monopolistas, por su parte, odian la igualdad de condiciones, la cual requiere un Estado competente que la mantenga mediante la aplicación de las regulaciones.
Las elecciones estadounidenses de 2024 serán una batalla entre la democracia liberal y la gobernanza autocrática. También podrían considerarse una contienda entre el capitalismo y los capitalistas. ¿Qué es mejor: el sistema o el aspirante a monopolista? No hay premios por adivinar hacia dónde se inclinan los instintos de Trump.
Edward Luce
© 2024 The Financial Times Ltd.