El mundo peligroso
Juan Ignacio Brito Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos UAndes
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Juan ignacio Brito
La invasión rusa a Ucrania confirma el fin de una era y nos adentra de golpe en una época llena de riesgos. El descalabro del antiguo orden liberal unipolar es un proceso que se ha venido gestando desde hace más de una década. Hoy se ratifica con el desafío planteado por Vladimir Putin a Occidente. La ofensiva lanzada por el presidente ruso presagia que, como ha postulado el experto norteamericano Robert Kagan, “la jungla está de vuelta”.
Tras el fin de la Guerra Fría surgió un orden sustentado en tres pilares: la hegemonía norteamericana, el avance de la democracia y la liberalización de los mercados representada por la globalización. Todos ellos se encuentran amenazados: Washington ha perdido peso geopolítico debido a sus problemas en Irak y Afganistán, las dudas que lo surgen respecto de cuál debe ser su rol en el mundo y el llamado “auge del resto” (especialmente China). Por su parte, la democracia encara el desafío autoritario, mientras internamente sufre los embates del populismo y la frustración de unas élites confundidas. Finalmente, la crisis de 2008 debilitó el “modelo neoliberal” y alentó la aparición de alternativas estatistas, proteccionistas e industriales.
En ausencia de la estabilidad que proveía el “momento unipolar”, emerge ahora un escenario geopolítico donde los países priorizan su interés nacional por encima de la cooperación y las reglas comunes. Al no existir hoy, como hasta hace poco, un regulador claro que entregue predictibilidad al sistema y seguridad a sus componentes, se impone un ambiente hostil que obliga a cada cual a rascarse con sus propias uñas. Este régimen de autoayuda se define por lo que en Relaciones Internacionales se denomina “el dilema de la seguridad”, el cual supone que, por más medidas disuasivas que se adopten, nadie nunca está libre de una eventual agresión, lo que lleva a tomar medidas para sobrevivir en un entorno donde la existencia puede llegar a ser corta, brutal y desagradable.
Así es posible entender, al menos en parte, la conducta de Rusia por estos días. Putin no le cree a Occidente cuando este señala que la expansión de la OTAN hacia Europa Oriental tiene un carácter meramente defensivo. Ha sostenido, en cambio, que la medida “representa una seria provocación que reduce el nivel de confianza mutua”. El líder ruso se hace una pregunta lógica: si toda Europa se va integrando a la OTAN, entonces “¿contra quién está dirigida esta expansión?”. Mientras el mundo fue unipolar y Rusia era débil, al Kremlin no le quedó otra opción que aceptar la ampliación de la esfera de influencia occidental. Por el contrario, apenas Estados Unidos trastabilló y Rusia se sintió con la fuerza suficiente, atacó Georgia (2008), tomó Crimea (2014) y ahora invade Ucrania.
La aspiración de Putin, como también el líder chino Xi Jinping, es que la distribución de poder global sea multipolar. Todo indica que hacia ese destino podría estar avanzando el sistema internacional. Pero la transición es extremadamente peligrosa, porque exige reacomodos estructurales que no son nada de sencillos para las potencias emergentes que buscan un espacio ni tampoco para las que ven disminuida su posición y se ven forzadas a cederlo.
Por definición, la multipolaridad es la configuración más peligrosa de todas las posibles. Sin embargo, eso no significa que no pueda ser administrada si las grandes potencias coinciden con esa realidad y abocan su diplomacia a manejarla con sabiduría, permitiendo que opere el equilibrio de poder e impidiendo el surgimiento de una potencia hegemónica agresiva.