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Columnistas

El debate tributario: ¿sabemos algo?

Jorge Quiroz

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 9 de mayo de 2014 a las 05:00 hrs.

Por estos días, la profesión económica está teniendo muy mala prensa. Pocas veces las opiniones se habían alineado en veredas tan opuestas, según la preferencia política de cada cual.

Así, mientras economistas de oposición sostienen que la reforma afectará a la inversión y el crecimiento potencial de la economía, el ministro de Hacienda insiste en que no hay estudio alguno que pruebe ello. Similar contraste de opiniones se aprecia en todos los demás aspectos. Así las cosas, el ropaje de ciencia con que usualmente se procura vestir la disciplina económica luce más bien de harapos, porque ¿qué “ciencia” sería esa que ante un mismo problema entrega opiniones tan disímiles y, para peores, casi perfectamente correlacionadas con las particulares preferencias políticas?
A pesar de esta aparente anarquía intelectual, estimo que sí existen algunas certezas y en eso consiste el análisis que sigue.

La reforma busca recaudar 3 puntos del PIB. Eso significa que el gobierno va a consumir 3 puntos más de “la torta PIB” por lo que alguien tendrá que gastar menos. Por definición, el PIB es igual al consumo de los hogares más el gasto de inversión, más el gasto de gobierno menos el déficit en cuenta corriente. Por consiguiente, y esto es tan cierto como que dos más dos son cuatro, si el gasto público sube, tendría que caer el consumo de los hogares, o la inversión, o aumentar el déficit en cuenta corriente. O un poco de todas las anteriores. El quid del debate radica en cuánto se afectará cada uno de esos componentes.

Partamos por el déficit en cuenta corriente. Éste se ubica hoy en torno a 3,5 puntos del PIB. Si todo el ajuste se lo llevase esta variable, ello equivaldría a que el sector privado mantuviese su gasto total y los recursos faltantes -los 3 puntos que se lleva el gobierno- los supliera aumentando su ritmo de endeudamiento con el resto del mundo. No parece una decisión muy racional ni prudente. Además, ello llevaría el déficit en cuenta corriente a 6,5 puntos del PIB y basta revisar la historia económica contemporánea de Chile para constatar que cuando el déficit se acerca a 5 puntos se encienden todas las alarmas. Ese es un dato, no una opinión. Luego, a lo más, vía mayor déficit en cuenta corriente podríamos absorber algo así como 0,5 puntos. Con eso el déficit quedaría en 4 puntos del PIB, dejando un pequeño margen de holgura para eventuales shocks externos.

Vamos ahora a la decisión consumo-inversión. Si la carga que queda por asignar, 2,5 puntos del PIB, se distribuyese a prorrata del peso relativo de consumo e inversión, la inversión caería en 0,68 puntos del PIB. El cálculo de prorratas es análogo a usar una distribución de probabilidad uniforme, una práctica usual en inferencia Bayesiana cuando se sabe poco o nada. Pero sí sabemos algo más en este caso. La reforma elimina incentivos en el margen para el ahorro (el FUT). Además, por el lado del gasto, los recursos serán empleados en una proporción relevante para dar gratuidad en la educación, lo que elevará el ingreso disponible de un sector con baja propensión al ahorro: en ese estrato el consumo no va a bajar sino que subir.

¿Cuán gravitantes son estos efectos? Nadie lo sabe con certeza. Pero no nos equivocamos mucho si conjeturamos que los mismos llevarán el impacto en la inversión a algún número superior a la prorrata, probablemente a más de un punto del PIB. A su turno, ello tendrá efectos en el crecimiento, al menos en la fase de transición, antes que se dejen sentir eventuales efectos beneficiosos de una mejor educación, suponiendo que las cosas se hacen bien.

En breve tendremos más déficit en cuenta corriente, al menos un punto menos de inversión y, por ende, algo menos de crecimiento. Quizá el efecto en crecimiento se revierta en el largo plazo si las cosas se hacen bien en materia de educación. Hasta ahí, más o menos, lo que sabemos. El resto es política.

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