Cosmopolitas versus nacionalpopulistas
JUAN IGNACIO BRITO Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la Universidad de los Andes
- T+
- T-
Juan ignacio Brito
Las señales son múltiples y están ahí para quien quiera verlas. La disputa política global se da entre dos bloques cada vez más nítidamente definidos. El cientista político Steven Levitsky lo expone con claridad: “El eje ya no es izquierda/derecha, sino cosmopolitas/etnonacionalistas”. Analistas como el francés Christophe Guilly (No society) o el norteamericano Michael Sandel (El descontento democrático) han descrito el fenómeno.
Los cosmopolitas viven en las grandes ciudades, son liberal-progresistas, disfrutan de las ventajas de la globalización, entienden la libertad como autonomía individual, poseen un nivel educacional e ingresos más elevados y tienden a identificarse con el establishment. Los etnonacionalistas, en cambio, residen en zonas rurales o en suburbios alejados de los centros urbanos principales, se sienten aislados en medio de comunidades destruidas o amenazadas y nostálgicos de una identidad nacional intensa, tienen ingresos más bajos y menos educación, son trabajadores no calificados, poseen un talante político más conservador y están enojados con un sistema que consideran concebido para el beneficio de los bien conectados.
Chile es parte de la tensión entre ambas tendencias, lo que se vio reflejado en las últimas elecciones, tras el triunfo de liderazgos y partidos no tradicionales.
La tendencia no reconoce fronteras: se manifiesta en el triunfo de Claudia Sheinbaum y el Movimiento de Regeneración Nacional en México; en la irrupción de Nayib Bukele en El Salvador y de Javier Milei en Argentina; en el impacto disruptor que tiene Donald Trump en la escena norteamericana; en el auge de los partidos populistas en Europa, incluso en bastiones del liberalismo como Francia, Países Bajos, Suecia e incluso Alemania; en la decisión de Nigel Farage (el exlíder del UKIP en Gran Bretaña) de competir en los próximos comicios parlamentarios británicos; y en el triunfo del Partido Bharatiya Janata en las elecciones de la India, lo que le entrega un tercer mandato al primer ministro Narendra Modi. Chile también es parte de esta corriente: en las últimas elecciones han ganado liderazgos y partidos no tradicionales.
La próxima confrontación entre ambas sensibilidades se dará este fin de semana en las elecciones para el Parlamento Europeo, donde se espera un avance de las colectividades nacionalpopulistas, que podrían llegar a convertirse en el segundo mayor bloque en dicha instancia.
Sin embargo, más allá de los comicios y los gobiernos, el clivaje es cultural y socioeconómico. Por ejemplo, el apoyo a Joe Biden y el rechazo a Donald Trump son casi unánimes entre los norteamericanos con ingresos anuales superiores a los US$ 100 mil. Los seguidores de Trump resienten la desigualdad de ingresos, expresada en datos como el conocido esta semana en EEUU, donde los CEOs de las compañías que cotizan en el índice S&P 500 ganan en promedio 200 veces más que los trabajadores de sus compañías e incrementaron sus beneficios en 12,6% el último año, mucho más que el 4,1% que crecieron los salarios de sus empleados.
El auge de los populismos nacionalistas se debe en buena parte a la desigualdad económica y de oportunidades. Esta desafía la meritocracia y alimenta la noción de la existencia de una “élite del poder”, concepto acuñado por el sociólogo C. Wright Mills en 1956, que se refiere a que el poder en Estados Unidos está controlado por una casta ultrainfluyente que goza de condiciones de vida muy superiores a las del ciudadano común. Una porción importante del discurso nacionalpopulista descansa en la denuncia de los privilegios de esta nueva “nomenklatura” que despierta resentimiento y recelo.