Chile y su imagen exterior
JUAN IGNACIO BRITO Profesor de la Facultad de Comunicación e Investigador de Centro Signos de la Universidad de Los Andes
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Juan ignacio Brito
Parece sintomático que el único lugar donde ganó el Apruebo en el plebiscito del domingo fuera el extranjero. Los chilenos que residen más allá de nuestras fronteras consideraron mayoritariamente que el borrador constitucional era lo mejor para Chile. ¿Cómo se explica tal desconexión con el electorado local?
Pueden ensayarse algunas explicaciones. La primera es que muchos de los residentes en el extranjero son herederos de los antiguos exiliados de la dictadura militar, lo cual ubica su domicilio político decididamente en la izquierda dura. Esa postura estaría representada por el breve tweet del presidente colombiano Gustavo Petro, quien dijo, respecto del resultado del domingo, que “volvió Pinochet”. Para algunos, Chile solo puede analizarse respecto del difunto general y su legado. Otra posibilidad, menos condescendiente, es que los chilenos que viven en el exterior están dispuestos a hacer de Chile un laboratorio político-social que se condice con sus utopías, las mismas que no aceptarían para los países en los que actualmente habitan. Una tercera posibilidad es que estén influenciados por la cobertura periodística favorable que recibieron el proceso constituyente y el gobierno chilenos en la prensa internacional. La portada en la revista Time o el perfil publicado hace unos meses por la revista The New Yorker acerca del presidente Gabriel Boric serían muestras de esa predisposición positiva de la prensa internacional. Por último, quizás los vientos que corren no son amigables para “la cuna del neoliberalismo”.
“Una diplomacia pública profesional dotaría a Chile de un relato exterior coherente, multidimensional y, sobre todo, fiel y leal reflejo de nuestra cultura, con sus luces y sombras”.
Resulta probable que la explicación incluya algo de cada uno de esos factores. También, sin embargo, es posible tratar de hallar al menos parte de ella en un déficit propio. Durante décadas, Chile entendió que sus logros y avances hablarían por un país que centró su esfuerzo exterior en la diplomacia económica y la promoción turística, con sonado éxito en ambas dimensiones.
Es llamativo que Chile, un lugar obsesionado con lo que otros opinan sobre él, haya prestado tan escasa atención a una dimensión irrenunciable de la diplomacia moderna: el aprovechamiento y desarrollo del poder blando a través de un conjunto de instrumentos, en especial la diplomacia pública.
Nuestra diplomacia no solo debe promover el interés nacional en su vertiente material, como los negocios o la defensa del territorio. Eso es necesario, pero también insuficiente. Hay asimismo aspectos intangibles que deben ser explicitados y presentados ante el público exterior.
El único esfuerzo serio en este ámbito fue la creación la Fundación Imagen de Chile, dedicada a gestionar la “marca” Chile. Pero sus objetivos y presupuesto son limitados y no se le puede exigir lo que no está diseñada para dar.
Nuestra política exterior es marcadamente reaccionaria, con escasa iniciativa propia. A pesar de todo el cacareo sobre su carácter “de Estado”, parece condicionada por los vaivenes políticos internos y por lo que otros digan o hagan respecto de Chile. Una diplomacia pública profesional dotaría a Chile de un relato exterior coherente, multidimensional y, sobre todo, fiel y leal reflejo de nuestra cultura, con sus luces y sombras.
Quizás sea esa ausencia la que ayuda a explicar por qué nos parece tan frecuentemente que Chile no es bien comprendido ni analizado en el exterior, ni siquiera por nuestros compatriotas que residen allá afuera. Chile necesita contar su historia y no dejar que lo hagan actores ideológica o económicamente interesados.