La contrarrevolución de las élites
Pocos en el Chile de hoy parecen estar conscientes de lo que significó la revolución libertaria realizada bajo el gobierno militar...
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Axel Kaiser
Pocos en el Chile de hoy parecen estar conscientes de lo que significó la revolución libertaria realizada bajo el gobierno militar. Afuera sí lo están. Por ejemplo, el historiador Niall Ferguson, de Harvard, ha afirmado que la revolución de los Chicago Boys, esencial según él en permitir el tránsito hacia una democracia estable, ha sido “mucho más radical que cualquier intento llevado a cabo en los Estados Unidos, el corazón de la economía de libre mercado”. Para William Ratliff del Hoover Institution en Stanford, Chile fue “el primer país del mundo en quebrar con el socialismo y el capitalismo de Estado”, anticipándose a Thatcher y Reagan.
Esa es la verdad estimado lector: Chile le dio una lección al mundo en materia de libertad. Lección que estuvo a cargo de un pequeño grupo de revolucionarios formados en Estados Unidos, en su mayoría menores de 30 años. Su legado fue un país pujante en el que por fin el individuo, y no el Estado, pasó a ser el actor central del orden económico y social.
Hoy, desde la comodidad brindada por el nuevo orden, las élites políticas, intelectuales y económicas, se rebelan. Basta una simple observación para advertir que, con pocas excepciones, de izquierda a derecha, políticos e intelectuales han retomado el discurso estatista redistributivo de antaño promoviendo ideas y legislaciones que restringen la libertad individual y favorecen el corporativismo. En cuanto a las élites económicas, al menos parte de ellas parece estar cómoda con esta situación e incluso la fomenta. Después de todo, mayores regulaciones e impuestos sirven de barreras a la entrada para que otros no puedan competir. Y ya advirtió Adam Smith que cuando se trata de entrar todos son defensores de la competencia, pero que una vez adentro, nadie la quiere. Por eso es tan importante la lucha por las ideas del liberalismo clásico, pues son ellas las que impiden que el éxito se torne en un privilegio capturado por unos pocos. Y a no engañarse, porque para avanzar en esta lucha, la contribución de élites es imprescindible, especialmente de las económicas. Un escéptico podrá argumentar, siguiendo a Guy Sorman, que la clase empresarial no destaca especialmente ni por su cultura, ni por su brillantez, ni por su visión de largo plazo. Sin embargo, sería falso sostener que en Chile no hay empresarios preocupados por algo más que el balance de fin de año. Ciertamente hay algunos que entienden que su rol no se reduce a producir y a manejar los hilos del poder en su estricto beneficio. Esos pocos intuyen que, en su condición de élite, deben asumir, casi con sentido republicano, una función crucial para llevar a este país a buen puerto. Se trata en definitiva de aquellos que conforman, al decir de Gaetano Mosca, esa pequeña aristocracia moral capaz de elevar la sociedad en que se encuentran, impidiendo que se hunda en el fango de los egoísmos y apetitos materiales inmediatos.
Es del compromiso de estas personas con las ideas y valores que les permitieron llegar a donde están hoy, que depende la conservación de lo más grande que jamás ha producido Chile: un orden libre que, por primera vez en nuestra historia, puso el éxito al alcance de todos.