Administra Piñera, gobierna Bachelet
Axel Kaiser Director ejecutivo Fundación para el Progreso
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Axel Kaiser
Días después de que Sebastián Piñera saliera electo Presidente, publiqué una columna en otro medio titulada “Ganó Piñera, triunfó Bachelet”, donde sostuve que la triunfadora de la contienda política -no la electoral- había sido la ex mandataria.
Muchos de mis amigos, un tanto intoxicados por el ánimo festivo de haber evitado lo peor, me llamaron indignados para advertirme que la victoria de la centroderecha era tan contundente, que no había dudas de que el proyecto de la izquierda había sido rechazado en sus fundamentos. El argumento de mi columna, sin embargo, era que el gobierno de Piñera llegaría a administrar las desastrosas reformas de la Nueva Mayoría, porque la batalla ideológica, aquella que logra transformaciones que resisten el paso del tiempo y de gobiernos de signo opuesto, la había conseguido ganar, aunque parcialmente, la izquierda bajo Bachelet.
Bachelet es, en efecto, la única gobernante desde Pinochet que ha logrado girar de manera clara el rumbo de nuestro país. El primero creó las bases de un exitoso marco institucional y económico que la Concertación, incluida Bachelet en su primer gobierno, llegó a administrar con creciente recelo. La segunda reformó parcialmente -y en democracia- el modelo de las décadas anteriores, encaminándolo nuevamente hacia el clásico esquema estatista y redistributivo que tan malos resultados produce, pero en el que la izquierda insiste por razones de justicia.
Es esto lo que la centroderecha en general no ha entendido: que la izquierda, desde hace ya tiempo, se encuentra en un proyecto refundacional y que lo perseguirá sin importar cuánto tiempo le tome. Y no lo ha entendido porque, en general, carente ella misma de principios claros, desconoce cómo funciona la mente de la izquierda, para la cual siempre la ideología es más importante que la realidad. De ahí que lo único sorprendente de los últimos episodios sea ver a la centroderecha desconcertada porque no le aprueban casi nada de lo que propone, especialmente cuando se trata de asuntos tan emblemáticos para el modelo de desarrollo como el sistema de pensiones.
Y es que la izquierda sabe que si le aprueba a Piñera su reforma de pensiones -que por lo demás, no enfrenta el problema real al no aumentar la edad de jubilación-, entonces estarán validando el sistema que quieren acabar. Por eso, difícilmente se verá a la izquierda haciendo cosas como las que hace la centroderecha, que votó varios de los proyectos de la Nueva Mayoría, incluyendo la reforma tributaria. Como consecuencia, aun cuando la centroderecha gobierne, debe hacerlo en la cancha de posibilidades que le permite la izquierda, cuyas categorías de análisis en buena medida dominan la discusión pública.
Es cosa de ver el programa “clase media protegida” del gobierno actual para entender hasta qué punto la derrota de los principios liberales de centroderecha se ha consumado. El mensaje es claro: el Estado debe hacerse cargo de la clase media, como ya lo hace con los sectores de bajos ingresos. ¿Habrá un mensaje más de izquierda que ése? Independientemente del contenido del programa, simbólicamente lo que promueve es una expansión indefinida de la burocracia, disfrazada de cuidador benevolente. Así las cosas, si bien se ha logrado ralentizar, el deterioro institucional y económico de Chile continuará sin importar quien gobierne, simplemente porque, peleas más, peleas menos, el timón ideológico del país ha girado lo suficiente hacia la izquierda como para que ninguna reforma que reduzca el tamaño e intromisión del Estado en la libertad y propiedad de los ciudadanos parezca siquiera imaginable.