Casi tres años ya de esa noche y día interminables. Una pesadilla que rememoraremos en unos días más, pero que para la inmensa mayoría de los chilenos pareciera que sigue fresca y viva. Una fecha que se vuelve invitación a la reflexión, a repensar nuestro proyecto de país y, sobre todo, nuestras propias vidas. Recordaremos a quienes fallecieron en esa trágica noche. Una oración por sus almas une y regala paz al alma.
Un terremoto remece todo, literalmente. No es sólo un asunto de vigas y piso, lo que ya es bastante. Nos descompone existencialmente, como en efecto ocurrió. Muchos entre nosotros aún no logran cerrar heridas, siendo que buena parte de lo caído ese día ya está en pie.
Somos un país sísmico y volcánico. Contamos con condiciones climáticas y una naturaleza envidiables, pero a ello hay que sumar también este lado débil, imperceptible, que cual espada de Damocles cuelga sobre nuestras vidas. Es bueno asumirlo en forma realista y convivir de buen ánimo con ello. Una primera invitación es a ser responsables en las construcciones, precavidos en el trato con el entorno y vigilantes con las fuerzas de la naturaleza, sobre todo nuestro mar “que tranquilo nos baña”.
La pregunta que surge es por qué un mundo tan frágil, tan débil y, sobre todo inestable. Ahí radica una de las genialidades del Creador. Con ello nos recuerda claramente nuestra esencial dependencia de Él. Pareciera ser que no podemos mirar más allá del día a día, proyectarnos a un futuro que se esconde entre tinieblas.
El creyente se aventura en este mar de incertidumbres con la certeza de la fe. Ella regala luz a un futuro que no es oscuridad. Dios quiere el bien para el hombre. De ahí que, por misterioso que sea, toda calamidad, cualquiera sea la dificultad que se nos presente, todo va para bien de quienes esperan en Él. Y, así y todo, la vida igual es un claroscuro en que caminamos a tientas. “La fe no elimina las preguntas; es más, un creyente que no se hiciera preguntas acabaría encorsetándose” dice Benedicto XVI en un discurso sobre la fe.
El terremoto nos llevó y enseñó a ser más solidarios. Comprobamos cuán dependientes somos unos de otros. Nadie camina solo. Nos necesitamos más de lo que creemos.
Una película sobre el terremoto acierta en este punto. Muestra cómo el trabajo conjunto permite abordar y superar las dificultades con mayor facilidad. Tender una mano será siempre fuente de paz, amistad, bienestar. Somos un país construido a pulso, a fuerza de vencer dificultades. No nos ha sido fácil. Tanto más debemos quererlo, apreciarlo y cuidarlo.