La trampa de la tasa Robin Hood y sus efectos secundarios
DARÍO ROMERO Socio de Impuestos de EY
Con ocasión del anunciado proyecto de reforma de impuesto a la renta, ciertos parlamentarios han propuesto que se reviva el impuesto a las transacciones financieras (ITF), también llamado tasa Tobin o impuesto Robin Hood.
El 2022, se propuso -mediante una indicación luego retirada- un impuesto de 0,6% sobre cada transacción de derivados y activos financieros, incluyendo acciones, bonos y cuotas de fondos mutuos, entre otros. En esa época se dijo que podría ascender a unos US$ 2.900 millones, compensando la baja de recaudación producto del abandono de ciertas medidas por parte del Ejecutivo.
“En Suecia se creó un ITF que redujo tanto la actividad, que recaudó solo el 3% de lo esperado, a la vez cayeron los impuestos a las ganancias de capital”.
Cuando se plantearon originalmente, la finalidad de estos impuestos fue correctiva y no recaudatoria. El primero fue propuesto en 1936, por Keynes, con el fin de bajar el número de transacciones especulativas, lo que comparaba a jugar en un casino y consideraba desestabilizador para la economía. Este tributo penaliza las transacciones de alto volumen y corto plazo, ya que para transacciones de largo plazo una tasa pequeña es irrelevante. La tasa Tobin, propuesta por James Tobin en los años ‘70, buscaba controlar la volatilidad de los tipos de cambio en los mercados de divisas.
En un análisis de bibliografía empírica, Alonso, Rallo y Romero (2013) concluyeron que un ITF reduce los volúmenes de transacción y precios, y que no es nada claro que rebajen la volatilidad. Sin embargo, la literatura en general tiene deficiencias metodológicas para concluir si la incrementa o reduce.
En términos de recaudación, los ITF son fáciles de administrar, pero tienen un problema: al decrecer los volúmenes de activos transados y su precio -lo que ocurre en todos los casos-, baja la base sobre la que se cobra el impuesto. Asimismo, sus efectos no se limitan al sector financiero ni a las personas de mayores ingresos -como sostienen muchos de quienes los proponen-, ya que aumentan el costo de capital para las firmas. Por otro lado, impactan a fondos de pensiones y fondos mutuos, que son los vehículos de inversión que concentran el ahorro de todos los estratos económicos.
Todos los impuestos crean distorsiones económicas. Los peores son aquellos que tienen un alto efecto distorsivo y poca recaudación. Si bien hay jurisdicciones que tienen ITF y no han tenido grandes inconvenientes, hay un caso en que pasó lo peor: en 1984, en Suecia se creó un ITF que redujo tanto la actividad, que recaudó solo cerca del 3% de lo esperado, a la vez cayeron los impuestos a las ganancias de capital obtenidas por la venta de papeles. Buena parte de la actividad bursátil se mudó de Estocolmo a Londres, creando un gran daño a la bolsa y a la economía sueca en general.
Si se persigue establecer un ITF, lo mínimo sería hacer un análisis detallado de sus potenciales efectos. De lo contrario podríamos repetir el caso sueco y terminar recaudando muy poco y dañando al mercado de capitales.