Chile y Bolivia, rivalidad selectiva
JORGE SAHD K. Director Centro de Estudios Internacionales UC
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Jorge Sahd
Sorprendió positivamente el anuncio de las cancillerías de Chile y Bolivia de normalizar las relaciones bilaterales. Ambos países activarán el mecanismo de consultas políticas después de 11 años, se restablecerán grupos de trabajo y se definirá una hoja de ruta 2021 para temas de interés común.
Se entiende que el anuncio sea visto con cautela. Mal que mal, no es la primera vez que los países acuerdan una agenda común, como fue la de los 13 puntos, y subsiste la preocupación que todo acercamiento signifique una nueva retórica de salida al mar por parte de Bolivia. El MAS, partido de gobierno, sufre una división interna y aún hay dudas sobre la influencia de Evo Morales en las decisiones del Presidente Arce. Poco sabemos, además, de la política económica del nuevo gobierno y de su verdadero compromiso contra el tráfico de drogas.
A pesar de todo lo anterior, ¿vale la pena “correr el riesgo” de retomar acercamientos? La respuesta es sí, en la medida que la aproximación sea gradual, con evaluaciones periódicas y con una agenda definida. Sólo así Chile podrá saber si están dadas las condiciones para reestablecer a mediano plazo las relaciones diplomáticas con el país vecino, suspendidas desde 1978. La decisión de normalizar las relaciones es consistente con las prioridades e intereses de política exterior de Chile, entre las cuales está el fortalecimiento de las relaciones con los países vecinos y la integración regional.
A Chile le va bien cuando se abre al mundo, no cuando se cierra. Aunque sucesivos gobiernos bolivianos han tornado impredecible la relación bilateral, llevándola a un punto muerto bajo la Presidencia de Evo Morales, Chile tiene menos que perder en esta oportunidad por la menor fuerza de la reivindicación marítima de Bolivia, luego del fallo de la Corte Internacional de Justicia. Pero sí puede ganar mucho.
Puede ganar en mayor coordinación policial con Bolivia para combatir el contrabando y la amenaza del narcotráfico en la frontera norte; para dar un impulso al alicaído intercambio comercial, que desde 2015 viene cayendo a una tasa promedio sobre el -7%; para resolver temas de tránsito de mercaderías a través del Puerto de Arica; para mirar oportunidades de inversión en localidades como Santa Cruz y explorar una agenda de colaboración en energía y recursos naturales; o para darle un impulso al tren de carga Arica-La Paz, que ha comenzado a operar luego de más de una década.
El poco conocimiento de Bolivia y la necesidad de darle contenido a la relación son precisamente oportunidades para lograr un mayor acercamiento. Esta tarea también debe aprovechar la diplomacia de actores no estatales como las empresas, a través del reciente consejo empresarial binacional, o las universidades, hoy con baja colaboración e intercambio académico bilateral.
La clave será asumir una relación de “rivalidad selectiva” entre los países. Que, por una parte, entienda que la retórica por la salida al mar continuará, como posibles futuras tensiones por el fallo de las aguas del Silala; pero que, por otra, coexista con una agenda de colaboración en intereses comunes. Chile y Bolivia no serán ni los primeros ni los últimos países en poder avanzar en sus relaciones a pesar de tener conflictos en temas específicos.
El mundo actual, más interconectado e interdependiente, hace cada vez menos viables las relaciones “todo o nada” entre Estados. Bajo una aproximación gradual y realista, Chile y Bolivia no deben ser la excepción.