El otro extractivismo
Luis Larraín Libertad y Desarrollo
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Luis Larraín
El ambiente económico ha empezado a empañarse por la preocupación surgida a partir del trabajo de las comisiones de la Convención Constitucional. Allí se están aprobando normas que, de ser en definitiva sancionadas, transformarían a Chile en un país empobrecido.
En lo productivo, hay propuestas desopilantes, como nacionalizar el litio para producir vehículos, como Bolivia; nacionalizar también las empresas de cobre (pero gradualmente, para lo cual “irían” primero por La Escondida); caducar derechos de agua otorgados desde 1981 hasta ahora (sí, 40 años) afectando a 350.000 regantes, y derogar el Código de Aguas recientemente modificado por una ley que demoró 10 años en aprobarse; retirarse del CIADI, tribunal internacional que ve los conflictos en inversiones transnacionales, revisar todos los tratados y desechar el TPP 11, al que hoy otros países quieren ingresar por los beneficios que entregará a quienes lo suscriban.
Bueno, todas estas ideas provienen de convencionales elegidos por los chilenos. En defensa de ellos, es honesto decir que las mayorías que redactan nuestra futura Constitución han seguido al pie de la letra un libreto escrito por políticos e intelectuales de izquierda, que decía que en Chile el agua es de propiedad privada (falso, porque es un bien nacional de uso público); que la actividad minera es propia de un modelo “extractivista” que sólo favorece a las empresas en detrimento de las futuras generaciones, pues agotará nuestra riqueza (en circunstancias que es una de las actividades productivas que incorpora más tecnología, que tiene los estándares ambientales más exigentes y que fruto del respeto a los contratos y certeza jurídica no sólo no agota los minerales, sino que aumenta las reservas conocidas de los yacimientos existentes y los nuevos). Por si fuera poco, la minería entrega los empleos mejor remunerados de nuestra sociedad.
Esta mirada de la riqueza, su creación y repartición, es propia de quienes no conocen el mundo de la empresa. Se imaginan que la riqueza está bajo tierra o crece en los árboles, y entonces toda la cuestión es cambiar a sus propietarios. Desconocen que los minerales que se encuentran bajo tierra requieren años de trabajo, exploración, riesgo financiero, inversión en tecnología y comercialización para finalmente convertirse en riqueza. Que la fruta que ven en los árboles también requirió inversión de tiempo, capital, insumos y lo que es más importante: una cadena logística de comercialización y procesos tecnológicos altamente sofisticados para ponerla en la mesa de un consumidor en China, Japón, Europa o los Estados Unidos, que es lo que le da su principal valor económico. Lo mismo sucede con los salmones, la madera, la celulosa y tantas actividades económicas.
Esta visión explica un nuevo extractivismo, que en su ignorancia e inocencia impulsan muchos convencionales, y que consiste en burdamente arrebatarles la propiedad a sus actuales dueños, como si ello permitiese que los chilenos puedan vivan mejor.
El gobierno de Boric tendrá que hacerse cargo de esta brecha entre expectativas y posibilidades. Ellos tienen en el Frente Amplio y el Partido Comunista mayorías en la Convención para hacerlo. No pueden tomar palco, sino ejercer liderazgo. Los subsecretarios nombrados no ayudan: por primera vez desde la Unidad Popular el PC está en sectores productivos, con cargos en economía, en energía, en telecomunicaciones. El gobierno no debiera avalar el espíritu de nuevo extractivismo que prima en la Convención, porque ello no le hace bien a Chile.