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¿Aún tiene sentido invertir en mercados emergentes?

Jonathan Wheatley

Por: Jonathan Wheatley | Publicado: Viernes 19 de julio de 2019 a las 04:00 hrs.
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Jonathan Wheatley

Desde principios de la década de 1990, la globalización, en la forma de un aumento del comercio transfronterizo, del superciclo de los productos básicos y del auge de las cadenas de suministro globales, impulsó el mundo emergente de forma inexorable — o al menos así parecía — por un camino de convergencia económica con el mundo desarrollado.

Para muchos inversionistas, los mercados emergentes se convirtieron en una parte principal de sus carteras porque ofrecían rendimientos sólidos y un crecimiento más rápido conforme el mundo emergente se ponía al día.

Pero la convergencia ya no está asegurada. Actualmente, los altos precios de los productos básicos son un recuerdo que se desvanece. El comercio está decayendo y las cadenas de suministro globales están siendo interrumpidas. Lejos de ponerse al día con el mundo desarrollado, muchos mercados supuestamente emergentes están creciendo más lentamente. Dado que la globalización corre el riesgo de revertirse, muchos inversionistas se preguntan qué impulsará la clase de activos en el futuro, planteando interrogantes sobre el papel de los mercados emergentes en una cartera diversificada.

Durante la mayor parte de la década pasada, las acciones de los mercados emergentes se han estancado, mientras que las acciones estadounidenses se han duplicado con creces. La amenaza a la globalización es uno de los tres grandes cambios que afectan simultáneamente a los mercados emergentes. La segunda es una desaceleración en la tasa de crecimiento en China. La tercera es un cambio en las condiciones financieras globales después de una década de dinero fácil.

Los riesgos no se comparten de manera uniforme. De hecho, los destinos de las economías emergentes se han vuelto tan variados que muchos inversionistas cuestionan la lógica de hablar de “mercados emergentes”. Es un grupo disparejo, apenas reconocible como la clase de activos de la década de 1990 y principios de la década de 2000, cuando una crisis en un extremo del mundo emergente se propagaba como un incendio forestal hacia el resto. En las últimas tres décadas, muchos países se han embarcado en reformas monetarias y fiscales, con el propósito de protegerse contra las crisis en otros lugares.

Sin embargo, las economías emergentes siguen unidas por su vulnerabilidad a los cambios en curso, y por su necesidad de encontrar una ruta de crecimiento más allá de las cadenas de suministro del sector manufacturero global y del comercio que las han sostenido hasta ahora.

Los cambios en el patrón de globalización no han ido en detrimento de todas las economías emergentes. Vietnam, por ejemplo, se ha beneficiado conforme las multinacionales sacan la producción de China en busca de fuerza laboral más barata y, durante el año pasado, para evitar los aranceles de importación aplicados por la administración Trump a los productos fabricados en China.

Pero las compañías no están simplemente reasignando recursos en todos los países en desarrollo. La inversión extranjera directa en los mercados emergentes en su conjunto cayó el año pasado a su nivel más bajo desde la década de 1990, según el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés).

De hecho, el crecimiento en las economías de mercados emergentes no ha estado a la altura de las expectativas durante varios años. Salvo China e India, con sus enormes poblaciones, y, en términos per cápita, los mercados emergentes han estado creciendo más lentamente que las economías desarrolladas desde 2015.

También en términos de ganancias de productividad los países en desarrollo no han cumplido con las expectativas. Desde mediados de la década de 1990, la contribución de la productividad al crecimiento de la producción en los mercados emergentes, salvo China, no ha sido mayor que en los mercados desarrollados, excepto en los pocos años previos a la crisis financiera mundial, cuando el superciclo de los productos básicos estaba en pleno apogeo. También fue durante esos años que China se benefició más del aumento de la productividad, conforme se aceleró la transferencia de tecnología tras su ingreso a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001.

Ese período parece ser cada vez más una anomalía. De hecho, el crecimiento en el mundo en desarrollo no se le atribuye a la productividad, sino a la demografía y la inversión. Pero mientras las poblaciones siguen creciendo, la inversión también se ha rezagado.

El resultado es que los mercados emergentes enfrentan condiciones más duras en un mundo de crecimiento más lento, pues la relativa fortaleza del dólar encarece los préstamos. Esto les dificulta a las compañías y los gobiernos invertir y pone de manifiesto el hecho de que muchos países no pudieron mejorar sus economías durante los años de auge.

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