Por los pasados 30 años, sucesivos gobiernos británicos han buscado mantener influencia en Bruselas mientras se marginaban de algunos de los proyectos clave de la Unión Europea, en especial la moneda única.
La crisis en la eurozona ha revelado las contradicciones en esta política. Mientras los problemas en la divisa única se han profundizado, los ministros británicos se han visto empujados en dos direcciones. Asustados por las consecuencias del fracaso del euro, han solicitado una unión fiscal en la eurozona como una forma de sostener la divisa. George Osborne, el ministro de Hacienda, ha hablado incluso de la “lógica implacable” de una mayor integración. Pero esos mismos ministros han despreciado la idea de que esto tendrá consecuencias para Inglaterra. El mensaje ha sido: “hagan lo que deben hacer pero déjennos fuera”.
El desencanto público con la Unión Europea ha estimulado al gobierno británico a ampliar sus demandas. No sólo tiene la oposición de los sectores conservadores contra cualquier mayor transferencia de poderes, sino que se han intensificado los llamados para recuperar parte de la soberanía cedida. En las últimas semanas, David Cameron ha sido incitado a exigir un precio a cambio de aceptar cualquier modificación en los tratados de la Unión Europea que puedan ser necesarias para un rescate de la eurozona.
Los eventos en la reunión europea la semana pasada han derribado de manera espectacular el intento de Cameron para mantener estas dos tendencias separadas. En la búsqueda por proteger al centro financiero de Londres, el primer ministro ha vetado un tratado cuyo propósito es claramente asegurar el rescate de la eurozona. Su determinación de que el tratado no fuera ratificado por los 27 miembros existentes ha forzado a sus autores -Francia y Alemania- a perseguir un acuerdo intergubernamental.
Las consecuencias están aún resonando por toda Europa. Todavía es demasiado temprano para saber si el desacuerdo es permanente. Un arreglo puramente intergubernamental podría ser legalmente complejo para la eurozona, negándole acceso a las instituciones de la Unión Europea y forzándola a diseñar una estructura paralela para su acuerdo. Posiblemente, después de una mayor ronda de negociaciones, se pueda alcanzar alguna clase de compromiso. Pero esto no puede aliviar el impacto del veto británico. El precio ha sido desechar la pasada política de Reino Unido, que se oponía a cualquier cosa que condujera al afianzamiento de una “Europa de dos velocidades”. Que tal Europa ahora exista podría ser una conclusión lógica, y uno puede argumentar que el primer ministro no tuvo más opción que aceptar tal resultado. Pero mientras Cameron está disfrutando su reciente rol de supervisor de Westminster, su posición en Europa ha sido destruída políticamente. Ningún otro estado miembro ha respaldado a Inglaterra. La impresión es que Cameron ha dificultado un rescate del euro. Aunque Financial Times no cree que vale la pena pagar cualquier precio para mantener el consenso, en esta instancia Inglaterra ha ejercido un veto y no ha ganado nada a cambio. El primer ministro decidió pronunciarse para proteger al centro financiero. Sin embargo, forzar a la eurozona a fijar su propia unión paralela no lo protegerá.
Cameron ahora debe encontrar una forma de restaurar la influencia de Reino Unido en el mercado único. Esto requerirá inventiva y coraje político. Una cosa está clara: una silla vacía no resuelve nada.