Por Tom Braithwaite y John Reed
El presidente Barack Obama planea convertir el rescate de la industria automotriz basada en Detroit en el eje central de su campaña por la reelección. Hay indicios de que la opinión pública se está entusiasmando con los rescates de General Motors y Chrysler, a los que en otras épocas despreciaba.
Se suponía que las elecciones de 2012 se caracterizarían por el poder del movimiento conservador del Tea Party, que ataca al presidente diciendo que es un “socialista” y pide que los republicanos se comprometan a reducir el tamaño y el alcance del gobierno federal.
Mitt Romney, probable candidato republicano, fortaleció sus credenciales como opositor a los rescates en un artículo de opinión que escribió en 2008 para el diario The New York Times, con el título “Dejen que Detroit quiebre”.
Sin embargo, lejos de apartarse de un tema aparentemente tóxico, el próximo viernes Obama irá a la planta de Chrysler en Toledo, Ohio, para celebrar el cambio de suerte de la automotriz que fue salvada con los préstamos del gobierno y las inversiones de la italiana Fiat.
Por su parte, el vicepresidente Joe Biden utilizó el espacio semanal de radio de la Casa Blanca para jactarse de que “debido a lo que hicimos, la industria automotriz se vuelve a levantar”. Y Tim Geithner, secretario del Tesoro de EEUU, escribió ayer en una columna para el diario Washington Post, refiriéndose a la inversión hecha por el gobierno, que “recuperaremos mucho más de lo que estaba pronosticado, y mucho antes”.
Hay que recordar que de este rescate se dijo que pisoteaba los derechos legales de los acreedores, desperdiciaba el dinero de los contribuyentes para salvar la industria privada y utilizaba las prerrogativas del poder para despedir ejecutivos y hacer acuerdos demasiado generosos con los aliados demócratas en la UAW, el sindicato automotriz. En su momento fue una cruz para Obama, pero ahora trata de convertirlo en un trofeo.