¿Qué podría significar el levantamiento árabe para el mundo? Nadie sabe la respuesta a esta pregunta. Pero esto no debe impedir que se hagan estimaciones en el rango de incertidumbre.
Como economista, un aspecto de estos acontecimientos me resulta particularmente alentador: demuestran que la capacidad de previsión de los expertos en política es al menos tan limitada como la de los economistas. Todos estos eventos son inherentemente impredecibles. Esto no se debe a que sean “interrogantes desconocidas”. Son más bien “interrogantes conocidas”: sabemos que muchos países son vulnerables a tales trastornos, pero nadie sabe cuándo o incluso si dicho suceso podría ocurrir. Ni siquiera sabemos las probabilidades de tales eventos. Como dice Hamlet, “la disposición es todo”.
Entonces, ¿qué podemos decir acerca de las consecuencias políticas? Una conclusión es que la idea de una “excepción árabe” al atractivo de la libertad de expresión y participación política está muerta. Sin embargo, también sabemos que el camino de represión a democracia estable en los países pobres con instituciones débiles e historia de represión es largo y duro. Las dificultades de la Rumania post-Ceauçescu, a pesar de su compromiso con la Unión Europea, indican la magnitud de la tarea.
Más allá de esto, una gran pregunta es hasta qué punto podrían extenderse los disturbios, no sólo en el mundo árabe, sino también fuera. El supuesto era que la capacidad de los países exportadores de petróleo de distribuir la riqueza interna los protegería. Después de Bahrein y, más aún, Libia, esto ya no es convincente. La distancia geográfica y cultural del epicentro debería dar algún tipo de protección, igual que el dinamismo económico y la gobernanza competente. Sin embargo, estos acontecimientos demuestran cuán universal es el anhelo de una voz política. La idea de inmunidad cultural hacia estos ideales supuestamente occidentales parece menos creíble. Puede que esta ola se disipe, pero habrá otras.
Ahora las consecuencias económicas. Mientras los productores de petróleo eran inmunes, podían considerarse mínimas en el corto plazo y modestas en el largo. Hasta la economía de Egipto es menor, a precios de mercado, que la de la República Checa. Pero, al parecer, los productores de petróleo no son inmunes después de todo. Como resultado, los precios del petróleo subieron por encima de US$ 114 por barril el martes, 64% más que en mayo de 2010. Para aquellos con recuerdos de las crisis anteriores, es un augurio preocupante. La pregunta es: ¿hasta qué punto debemos estar preocupados?
Como señaló Gavyn Davies en un excelente comentario en FT.com la semana pasada: “Cada uno de los últimos cinco descensos importantes en la actividad económica mundial ha sido precedido inmediatamente por un aumento importante en los precios del petróleo”. A veces esas alzas fueron provocadas por choques de oferta, como en los ‘70. A veces fueron provocadas por aumentos en la demanda, como en 2008. Pero el final siempre fue infeliz. Stephen King de HSBC también suena pesimista: “Como un reloj, aumentos de más de 100% en los precios del petróleo llevan a una disminución del PIB”.
Una crisis petrolera tiene efectos económicos complejos: transfiere ingresos de consumidores a productores; reduce el gasto global, ya que los consumidores suelen reducir sus gastos con mayor rapidez que los productores aumentan los suyos; desplaza el gasto de otros bienes y servicios; enriquece a los países exportadores netos de petróleo y empobrece a los importadores netos de petróleo; eleva el nivel de precios; reduce los salarios reales y la rentabilidad de las industrias que usan energía; y reduce la oferta a medida que la capacidad deja de ser rentable.
Algunos efectos son bastante inmediatos - el impacto en el nivel de precios, por ejemplo. Otros son intrínsecamente de largo plazo y dependen de la duración del choque - el impacto sobre la capacidad es un ejemplo. Además, algunos efectos son directos y otros dependen de las respuestas políticas.
¿Qué podemos decir acerca de tales impactos, en este momento temprano? Davies nota que, a precios corrientes, un salto en los precios de US$ 20 por barril elevaría el gasto en petróleo en cerca de 1% del gasto mundial en todos los productos. En los últimos 10 meses, sin embargo, los precios han aumentado en US$ 40. Eso acercaría el efecto al 2% del producto mundial - lo suficiente como para provocar una desaceleración mundial notable, al menos en el corto plazo. A fin de cuentas, como señala Davies, el impacto en las economías emergentes, más intensivas en uso de energía que los países avanzados, podría ser mayor. EE.UU., con sus derrochadoras políticas de energía, es también mucho más vulnerable que sus pares.
Más allá de eso, mucho dependerá de la duración de la subida de los precios y las políticas en respuesta. Si el salto dura poco, el impacto económico podría revertirse. Entre las cuestiones importantes está hasta qué punto los disturbios afectan a otros productores, en especial a Arabia Saudita. Por ahora, esta última puede reemplazar la pérdida de producción libia: la producción de Libia -un 2% del total mundial- es menos que la capacidad ociosa de Arabia Saudita. Más aún, cualquier recorte de la producción incluso en los países directamente afectados debería ser breve, suponiendo que la capacidad de extracción no sufra daños: los gobiernos de los países exportadores de petróleo quieren ingresos. Los gobiernos democráticos podrían necesitar esos ingresos más que los déspotas.
Si los compradores creen que el choque es de corto plazo, estarán más inclinados a recurrir a sus ahorros. Hasta ahora, las economías emergentes importadores de energía sufrían de una capacidad de endeudamiento limitada, las reservas cambiarias inadecuados y posiciones externas débiles. Cuando las economías emergentes pidieron préstamos a fines de los ‘70, para financiar las importaciones de petróleo, terminaron con una enorme crisis de deuda los ‘80. Esto ya no debería ser verdad. Ellos, también, pueden gastar durante un shock breve.
Además, mientras las expectativas de inflación permanezcan bajo control, los bancos centrales no tendrán que realizar ajustes preventivos. En este sentido, los países de altos ingresos están en relativamente mejor forma que los emergentes, donde la inflación es un peligro mayor y las expectativas de inflación no están tan bien ancladas.
Terminamos, entonces, donde partimos, con un alto nivel de incertidumbre. Sabemos que la agitación política es muy significativa, probablemente un hito histórico. Sabemos, también, que la crisis del petróleo puede ser muy importante, aunque muy lejos de ser catastrófico y, posiblemente, más bien breve. En general, entonces, las implicaciones políticas de largo plazo parecen mucho más importantes que las económicas. Pero ese optimismo acerca de los efectos económicos a corto plazo depende, en parte, del supuesto de que la propagación de los disturbios está contenida. Esto también dependería de que siguiera el mal negocio anterior: la represión como el precio de la estabilidad en el suministro de petróleo. Es una propuesta atractiva para los consumidores. Pero, ¿es moralmente deseable e incluso políticamente sostenible en el largo plazo?