Una definición de locura es repetir exactamente lo mismo una y otra vez y esperar que los resultados cambien. La determinación de Alemania de imponer una “camisa de fuerza” fiscal a sus socios de la eurozona no funcionó en el “pacto de estabilidad y crecimiento” ¿Irá a funcionar en el “tratado de estabilidad, coordinación y gobernancia” acordado la semana pasada? Yo lo dudo. El tratado refleja la visión de que la crisis fue causada por la indisciplina fiscal y que la solución es más disciplina. Esto está lejos de la verdad. La rigurosa aplicación de ideas tan erradas es peligrosa.
Estas preocupaciones ahora podrán parecer remotas. Las operaciones de refinanciamiento de largo plazo del Banco Central Europeo han aliviado la presión sobre los bancos y los mercados financieros, incluyendo los mercados de deuda soberana. En los dos tramos de la operación, los bancos pidieron préstamos por más de 1 billón (millón de millones) de euros a tres años a una tasa de sólo 1%. Los rendimientos de los bonos de los gobiernos de Italia y España a diez años han caído bajo 5%, desde sus peaks de 7,3% en el caso de la primera y de 6,7% para la segunda, a fines del año pasado. Igual de importante ha sido la caída en los swaps de default de créditos de los bancos: el diferencial del italiano Intesa Sanpaolo ha caído desde 623 puntos base en noviembre a 321 puntos el lunes.
Sin embargo, la crisis no ha pasado. En varios aspectos, los países vulnerables afrontan dificultades duraderas. ¿Toda esta disciplina fiscal habría salvado a la eurozona de su ola de crisis? ¿Ayudará ahora a sacar a los países complicados de sus crisis actuales? La respuesta a ambas preguntas es no.
La nueva regla establece que el déficit fiscal estructural de un miembro no debe exceder 0,5% del PIB. En la práctica, esto va a requerir que los países registren superávit estructurales. Más aún, si un país tiene una deuda mayor a 60% del PIB, la diferencia debe ser eliminada a una tasa promedio de una vigésima parte de ese margen cada año. Un país como Italia, cuya deuda está en cerca de 120% del PIB, rebajaría esa relación a una tasa de 3% del PIB cada año. Este es el marco que todos los miembros de la eurozona deben acatar. Estas reglas deben quedar consagradas en la ley, preferentemente en la constitución.
Este tratado genera profundas preguntas legales, políticas y económicas.
Desde el punto de vista económico tiene sentido fijar metas ajustadas cíclicamente más que déficit reales. Pero la mejora en lo económico se consigue a costa de una menor precisión. Nadie sabe qué es un déficit estructural.
Esto no es un tema menor. Considérense por ejemplo las posiciones fiscales estructurales en 2007, el último año previo a la crisis, estimadas en “tiempo real” por el Fondo Monetario Internacional, en octubre de ese año. Supuestamente los indicadores deberían haber estado “gritando” una crisis. Pero mostraban que España tenía un gran superávit estructural e Irlanda un balance estructural. Ambas estaban mejor que Alemania. Grecia sí tenía un considerable déficit estructural. Pero el déficit de Francia era mayor que el de Portugal. La regla no habría discriminado entre los países vulnerables e inmunes porque ignora las burbujas de activos y las manías financieras.
El FMI luego tuvo dudas. Para octubre de 2011 había concluido que el déficit fiscal estructural de Grecia en 2007 era de 10,4% del PIB, no 4%, y el de Irlanda de 8,4%, no de 0,1%. Esto no es una crítica al FMI. Simplemente refleja que el concepto que la eurozona quiere consagrar en un nuevo tratado fracasará en momentos en que la precisión es clave. El verdadero déficit estructural es imposible de conocer.
Esto tendrá implicancias políticas y legales. ¿Aceptarán los gobiernos electos las estimaciones aproximadas de tecnócratas que no tienen que rendir cuentas a nadie? ¿Cómo llegarán los jueces a esta decisión? ¿Evaluarán los méritos de varios modelos econométricos? Como es probable que haya enormes variaciones en las estimaciones de los déficit estructurales ¿cómo debe adaptarse un gobierno? Convertir en ley un concepto imposible de medir parece una locura.
En estos momentos se está produciendo un choque entre las instituciones europeas y el recientemente electo gobierno español de Mariano Rajoy. Este declaró que su gobierno está apuntando a un déficit fiscal de 5,8% del PIB, por debajo del 8,5% anotado en 2011, pero muy por sobre el 4,4% que acordó con la Comisión. Bruselas reclamará, pero no puede imponer su voluntad a un gobierno soberano. Los socios de España pueden negarle ayuda. Pero eso podría perjudicarlos a ellos mismos.
Las dificultades fiscales de España son una consecuencia de la crisis, no su causa. El país experimentó fuertes alzas en la deuda del sector privado desde 1990, particularmente entre las empresas no financieras. Los excedentes de la construcción residencial también impiden un ahorro substancial de los hogares. Dado esto, un fuerte recorte en el endeudamiento del gobierno difícilmente podría ser compensado por mayor endeudamiento y gastos privados. El resultado más probable es una recesión mucho más profunda, junto con escaso progreso en reducir el actual déficit fiscal. En el peor escenario podría producirse un espiral vicioso de caída. En vez de presionar a España a una rápida retirada fiscal, sería más sensato darle al país el tiempo que necesita para dejar que las drásticas reformas a su mercado laboral comiencen a tener efectos. Esto va a tardar varios años.
Pero si la eurozona está dispuesta a dar el tiempo para que se produzcan esos ajustes, los países con superávit deben estar conscientes de su propio rol. Sin duda, el surgimiento paralelo de superávit y déficits de cuenta corriente, el flujo financiero entre fronteras y los imprudentes financistas internacionales jugaron grandes papeles en causar la actual crisis.
En un estudio publicado el mes pasado, la Comisión indicó sus intenciones de examinar varios países con déficits externos. Estos pecadores incluso fueron nombrados. Se necesita un análisis paralelo de los países con superávit. El estudio incluso plantea el tema. Pero no llega a seleccionar países específicos para analizar. La eurozona está en guerra con la contabilidad de doble entrada.
Así que, sí, el BCE le dio a la eurozona más tiempo. Pero no hay señales de que se haya encontrado aún un camino hacia el necesario reequilibrio de la economía de la eurozona y, por sobre todo, para lograr la mezcla deseada de reformas, ajustes y rápido regreso al crecimiento. La vía escogida en cambio parece apuntar a largos años de ajuste unilateral y dolorosa austeridad. ¿Resultará? Lo dudo mucho. En el mejor de los casos podemos esperar que esa ruta depare muchos baches más.