Estados Unidos, sus aliados y Barack Obama, su presidente, tienen todo el derecho de recibir con felicidad la noticia de que, después de una persecución de casi nueve años y medio, las fuerzas norteamericanas finalmente mataron a Osama bin Laden, el cerebro de los atentados del 11 de septiembre de 2001. El éxito de la operación demuestra el alcance militar de EEUU, la formidable capacidad de su inteligencia y su seria determinación de localizar a sus enemigos más escurridizos. Sin embargo, el deceso de Bin Laden también ofrece a la administración Obama una oportunidad para seguir adelante con los cambios a la política exterior norteamericana que inició el presidente cuando asumió en 2009.
Los atentados del 9/11 impulsaron a George W. Bush a invadir Afganistán e Irak. Al convertir la “guerra contra el terrorismo” en la piedra angular de la estrategia estadounidense, Bush insistía en que otras naciones debían “estar con nosotros o contra nosotros” en la batalla contra el terrorismo.
Ahora que Bin Laden está muerto, Obama tiene la oportunidad de avanzar en la causa de reconciliación con el mundo islámico, definida por primera vez en un histórico discurso en la universidad de al-Azhar en el Cairo, durante junio de 2009. El asesinato de Bin Laden coincide con el trascendental despertar político del mundo árabe, que comenzó en Túnez en diciembre del año pasado y luego se extendió a Egipto, Libia, Siria, Bahrein, Yemen y más allá. Al-Qaeda, la red terrorista que fundó Bin Laden hace más de 20 años, participó poco en esta primavera árabe. El mensaje de despiadada violencia contra objetivos occidentales que emitía el grupo cayó mayormente en oídos sordos en sociedades donde los motivos de queja son la represión política, la injusticia, la corrupción oficial, el desempleo entre los jóvenes y la pobreza. Durante demasiado tiempo, EEUU y sus aliados apuntalaron a autócratas en el bien de la estabilidad en Medio Oriente y norte de África. El deceso de Bin Laden y la menor influencia ideológica de al-Qaeda crean un poderoso incentivo para que EEUU apoye fuerzas progresivas en la región en pos del pluralismo político y los derechos humanos.
La muerte de Bin Laden también destraba nuevas opciones para EEUU mientras se prepara para retirarse de Afganistán. La justificación original de la guerra era que los talibanes afganos refugiaban a al-Qaeda y a su líder. Casi diez años después, parece que las fuerzas de la OTAN estuvieran dedicando más tiempo a convertir a Afganistán en un estado moderno y bien gobernado que a la tarea primaria de defender de un ataque a los países occidentales y a sus ciudadanos. Ya no puede argumentarse que la misión militar en Afganistán es una cuestión de vida o muerte para la civilización occidental.