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¿Cómo sería un gobierno de Marina Silva si ganara las elecciones en Brasil?

Aunque como activista del medioambiente tuvo roces con el sector agroindustrial, ha prometido mantener el sello pro empresas de Campos.

Por: | Publicado: Jueves 28 de agosto de 2014 a las 05:00 hrs.
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Marina Silva fue elegida como la candidata presidencial del Partido Socialista Brasileño (PSB) de centroizquierda el 20 de agosto, luego de que el candidato oficial del partido, Eduardo Campos, muriera en un accidente aéreo el 13 de agosto.

La nominación de Silva ha agitado la carrera por la presidencia de Brasil, con las encuestas posicionándola como una dura candidata para enfrentar a la actual presidenta, Dilma Rousseff, en caso que Silva pueda vencer a otro rival y enfrentar a la mandataria en una segunda vuelta. Esto ha llamado la atención de los inversionistas hacia cómo sería una posible presidencia de Silva.

Silva fue seleccionada como la compañera en la carrera de Campos el pasado octubre, luego de que la Corte Suprema rechazará la creación de su propio partido político, Red Sustentable (Rede).

El historial de Silva se concentra en el activismo ambiental, particularmente en combatir la deforestación de la Amazonía, y trabajó con un reconocido activista ambiental y sindical, Chico Mendes (asesinado en 1988). Ha tenido una larga historia con el Partido de los Trabajadores (PT), y se desempeñó como ministra de Medioambiente (2003-2008) bajo el gobierno del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), un puesto al que más tarde renunció tras discordias con Rousseff, quien era la jefa de gabinete en ese entonces, por proyectos energéticos en el Amazonas.

En 2009 rompió lazos con el PT, y compitió en la elección presidencial de 2010 bajo las filas del Partido Verde (PV), ganando un 19% de los votos en primera vuelta, que fue más alto de lo esperado, pese a que no pudo pasar a una segunda ronda.

¿Ambientalista pro-empresas? 


Pese a que el pasado de Silva como activista y ambientalista podría influir en una hipotética presidencia, ella se ha vuelto más pragmática en el último tiempo y sus visiones podrían moderarse debido a su actual posición como porta estandarte del PSB.

Sin embargo, desde que ganó la candidatura del PSB, Silva ha reafirmado que se unirá a su propio partido Rede una vez que sea legalmente constituido, aumentando la incertidumbre sobre su lealtad al PSB en el mediano plazo. Pese a que Campos consiguió aliados dentro del influyente sector agroindustrial –responsable de casi la mitad de las ganancias por exportaciones en Brasil– el sector tiene muchas más sospechas sobre Silva y su anterior apoyo al desarrollo sustentable. El sector fue particularmente crítico de su desempeño como ministra de Medioambiente, debido a las demoras para otorgar los permisos para proyectos con un impacto medioambiental y objeciones a los grandes proyectos de infraestructura como las represas hidroeléctricas.

No obstante, la selección del PSB de Beto Albuquerque –un congresista que apoya a la agricultura del sureño estado de Rio Grande do Sul– como vicepresidente parece ser una apuesta que alivia las preocupaciones del sector, y un indicio de que un potencial gobierno de Silva podría no ser tan hostil a sus objetivos como se teme.

Silva también accedió a continuar con las políticas económicas impulsadas por Campos, que difieren en gran manera de las de Rousseff, y tiene mucho más en común con Aécio Neves, el candidato pro-empresas del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).

Pese a que no se ha hecho ningún anuncio oficial, se espera ampliamente que ella asigne como ministro de Hacienda a su aliado de largo tiempo y asesor político, Eduardo Giannetti da Fonseca, quien es reconocido por su postura ortodoxa en apoyo de las empresas. Él abogó por racionalizar el presupuesto federal de Brasil, bajando la meta de inflación del país, y dándole mayor autonomía al Banco Central de Brasil.

Silva también apoya poner fin a los controles de precios del petróleo y la electricidad, políticas que han dañado a empresas estatales como la petrolera Petrobas y la eléctrica Eletrobras.

Pese a sus anteriores objeciones a los grandes proyectos de infraestructura, ha continuado las promesas de Campos de promover la inversión en el muy necesario desarrollo de infraestructura en Brasil a través de asociaciones público privadas.

La “tercera vía” de Brasil


Campos prometió a los brasileños una “tercera vía” en las políticas brasileñas –principalmente un alejamiento de los partidos del PSDB y del PT que han dominado la presidencia desde 1995– y Silva, por su historial de desafiar al establishment político de Brasil, atrae a muchos brasileños que protestaron contra la extendida corrupción y la mala calidad de los servicios públicos el año pasado.

Existe una extendida visión de que está ajena a la corrupción y carece de amarras con ningún grupo de interés. De hecho, al asumir el rol como candidata presidencial, anunció que su campaña no aceptará más donaciones de compañías productoras de fertilizantes, alcohol, cigarros o armas de fuego.

Aún así, Silva es una devota evangélica cristiana: pese a que ha promovido una agenda progresiva en términos de transparencia y medioambiente, es una fuerte crítica de los derechos de los homosexuales y el aborto. Esto incluye declarar públicamente que el matrimonio debe ser entre hombre y mujer, y defender a los legisladores que apoyan la terapia de conversión homosexual. Mientras tanto, Neves, y particularmente Rousseff, han sido más comprensivos con los derechos homosexuales, varias reformas en esta área se han dado durante las administraciones de Lula y de Rousseff. Pese a que las posturas de Silva pueden atraer a los católicos devotos de Brasil, y a la creciente minoría evangélica, podrían potencialmente desmotivar a muchos brasileños jóvenes que se han tomado las calles este último año demandando cambios.

Gobernabilidad


El tema más intrigante en el evento que Silva se convierta presidenta (todavía esperamos que Rousseff gane la reelección) sería su relación con el Congreso. Los gobiernos previos del PT y del PSDB han tenido que unir coaliciones difíciles de controlar entre los varios partidos fragmentados de Brasil, que han impedido el progreso en las reformas.

Aún más, en los últimos 20 años el gabinete ha duplicado sus puestos a 40 para así satisfacer el apetito voraz de los aliados de la coalición gobernante por cuotas de poder, aumentando la burocracia e impidiendo la eficiencia del gobierno.

Durante su campaña electoral, Silva bien puede prometer que hará un corte con las políticas tradicionales de Brasil, pero, en caso de ser elegida presidenta, necesitará el apoyo de varios partidos para cumplir con su programa, y esto no será fácil sin mimar los intereses de los partidos.

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