El mundo no puede escapar de una economía estadounidense que ha perdido su ancla
CHRIS GILES COLUMNISTA DEL FT
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CHRIS GILES
Los mercados bursátiles mundiales acaban de disfrutar de su semana más sólida desde noviembre, pero muy pocos cambios sustanciales generaron la recuperación o, de hecho, la caída de lo ocurrido a principios de mes, lo que demuestra una profunda incertidumbre sobre la economía mundial.
En las economías avanzadas y emergentes la inflación ha mejorado pero sigue siendo ligeramente alta, el desempleo es en general bajo, las tasas de crecimiento son variables y las finanzas públicas están al límite, incluso antes de tener en cuenta los costos de las tensiones geopolíticas y el envejecimiento demográfico. Estas no son las condiciones para una estabilidad con un ancla conocida que fije el punto de equilibrio para los tipos de interés reales que estabilizará la inflación en el pleno empleo.
Una buena política económica de EEUU reduce los costos reales globales de endeudamiento, sostiene un crecimiento económico más rápido y mejora las vidas. Por lo tanto, es difícil exagerar la importancia de sus elecciones presidenciales.
En las dos primeras décadas de este siglo, los mercados financieros descontaron tasas de interés nominales y reales de largo plazo cada vez más bajas, necesarias para compensar el exceso de ahorro asiático, la crisis financiera mundial, la baja productividad y el crecimiento demográfico, la consolidación presupuestaria y la baja inflación.
Muchos de estos factores subyacentes de la economía mundial persisten, pero se han visto contrarrestados por temores a shocks repetidos, cadenas de suministro mundiales frágiles y un exceso ocasional de demanda, lo que ha llevado a un mundo potencialmente más inflacionario y con gran incertidumbre.
Un estudio de Goldman Sachs muestra que los países podrían mejorar su propio costo real de financiamiento a largo plazo si aplicaran políticas de estabilización económica eficaces. Aunque llegó a estos resultados comparando las tasas de interés reales de largo plazo relativas de los países con las de Estados Unidos.
Una buena política económica estadounidense reduce los costos reales globales de endeudamiento, sostiene un crecimiento económico más rápido y mejora las vidas. Por lo tanto, es difícil exagerar la importancia de las elecciones presidenciales estadounidenses.
Mientras avanza la nominación del Partido Demócrata, Kamala Harris ha estado exponiendo su perspectiva económica. Ha dado un respaldo total a la independencia de la Reserva Federal para cumplir con su doble mandato. También anunció una bienvenida ambición de derribar las barreras a la construcción de viviendas. Sin embargo, esta última política no es todo lo que parece. La promesa de garantizar la construcción de 3 millones de viviendas “asequibles” adicionales para la clase media en cuatro años fue decepcionantemente tímida. EEUU agregó 6 millones de unidades de vivienda desde 2020 y actualmente tiene una tasa anualizada de finalización de viviendas de 1,5 millones al año.
Además, Harris quiere imponer más impuestos a los más ricos y utilizar lo recaudado para aliviar la carga de las familias de clase media.
Más preocupante es su decisión de coquetear con el populismo económico de izquierda. Su vaga referencia a políticas que equivaldrían a controles de precios en supermercados y alquileres representa un peligroso triunfo de la esperanza sobre la larga experiencia de fracasos de esas políticas. Es posible leer sus palabras como una firme lucha contra las prácticas anticompetitivas con las herramientas de la política de competencia estándar, pero el hecho de que haya optado por mantener la ambigüedad debe ser preocupante.
Los riesgos de una presidencia de Harris son insignificantes comparados con los de Donald Trump si fuera reelegido. El expresidente ha dejado claro que quiere tener voz y voto en las decisiones de política monetaria. Dado que Trump siempre ha apoyado los tipos de interés bajos, el control de la inflación en Estados Unidos está definitivamente en la boleta electoral.
Cuando la elección es entre un candidato que instintivamente culpa a los excesos corporativos y a la explotación dentro de un sistema de mercado por la inflación y uno que confía en su propio instinto y en sus teorías favoritas por encima de décadas de experiencia, no es sorprendente que los mercados financieros estén nerviosos.
El resultado postelectoral es muy incierto, no sólo en cuanto a quién ganará, sino también en cuanto a lo que intentarán implementar y si tienen el poder legislativo para hacerlo. Es inevitable que haya más volatilidad en los próximos meses.