Capital de riesgo en Chile: coherencia y consistencia
EDUARDO BITRAN Académico de Facultad de Ingeniería de Universidad Adolfo Ibáñez, presidente Club de Innovación
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EDUARDO BITRAN
En 2021, la inversión de capital de riesgo en nuestro país alcanzó la cifra récord de casi US$ 3.000 millones, más de 20 veces el promedio de inversión anual de los últimos años. Junto con ello, emergieron los primeros unicornios chilenos. Las transacciones cubren a empresas que están en todas las etapas del ciclo de inversión, desde la fase temprana de pre-semilla, a cientos de millones en empresas que se valorizaron en más de US$ 1.000 millones, alcanzando el estatus de unicornio. En las etapas más tempranas participan principalmente fondos de capital de riesgo chilenos, la mayoría con cuasi capital de CORFO. Las fases de crecimiento y expansión regional son financiadas principalmente por fondos internacionales.
“CORFO lleva 25 años impulsando la industria de capital de riesgo de fases tempranas. Perseverar en estas políticas ha sido esencial para cosechar frutos”.
El desarrollo de una industria de capital de riesgo requiere ser capaz de generar un flujo significativo de emprendimientos dinámicos con elevado potencial de crecimiento que justifique el desarrollo de una industria que basa su éxito en tomar riesgos que el sistema financiero no aborda.
CORFO lleva 25 años impulsando la industria de capital de riesgo de fases tempranas con el objetivo de facilitar el cruce del llamado “valle de la muerte” de las startups tecnológicas. Sin embargo, en la primera década no se desarrolló una masa crítica de startups innovadoras, lo que retrasó el desarrollo de una verdadera industria de capital de riesgo. Es así como los fondos se orientaron a empresas establecidas de bajo riesgo tecnológico, más parecido a una industria de “private equity”.
No obstante, CORFO perseveró, manteniendo líneas de apoyo al capital de riesgo de fase temprana, pero al mismo tiempo desarrolló una diversidad de iniciativas tendientes a generar un ecosistema de emprendimiento tecnológico de alto impacto. Por ejemplo, se impulsaron iniciativas orientadas a estimular una mentalidad innovadora en las universidades y se desarrolló un sistema de transferencia tecnológica e incubación que permitiera traducir el conocimiento generado en las universidades en negocios innovadores de alto impacto. Además, se atrajo talento emprendedor de todo el mundo, generando un efecto demostración, y se estimuló la vinculación de las startups con grandes empresas, para aprovechar las ventajas de cada una.
La coherencia en el tiempo de estas políticas ha sido uno de los factores esenciales que hoy permiten cosechar sus frutos. En efecto, los estudios de la Comisión Nacional de Productividad muestran que son precisamente las empresas innovadoras de rápido crecimiento las que aportan más a la creación de empleo de calidad y a la productividad. La historia de éxito del desarrollo del capital de riesgo en Chile nos deja como lección que no existe una “bala de plata”, se requiere el desarrollo de los diferentes componentes del Sistema Nacional de Innovación, la interacción entre estos, y el desarrollo de una cultura de evaluación continua del impacto de las políticas. Pero más importante aún, para que las políticas de innovación tengan impacto significativo se requiere una institucionalidad que asegure la consistencia temporal de estas políticas cuyos impactos se concretan en el largo plazo.