Una acusación que daña a las instituciones
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as expresiones con que los diputados de oposición celebraron ayer la aprobación de una acusación constitucional en contra del Presidente de la República dicen mucho sobre el carácter político-electoral (teñido de fuerte animosidad) y el débil sustento jurídico del libelo, que ahora debe ser aprobado o rechazado en la Cámara Alta.
El diputado acusador lo describió como un "homenaje y reconocimiento a todas las familias que han sufrido por este Gobierno"; otra parlamentaria se refirió a la presunta responsabilidad del Presidente "como autor de graves violaciones a los derechos humanos"; mientras que un tercero festejó "el fin de la impunidad de Sebastián Piñera".
En primer lugar, la acusación -gatillada a raíz de las revelaciones de los llamados Pandora Papers- se refiere a presuntos actos del mandatario en su anterior gobierno, no el actual; segundo, se le acusa por eventual incompatibilidad de intereses en la compra de una minera, no de violaciones a los DDHH; tercero, no es el Congreso el llamado a terminar con ninguna "impunidad", pues ya existe una investigación abierta por el Ministerio Público, la institución que corresponde para este efecto.
Sin embargo, más grave y decidora es la aserción de que con la acusación "queda en evidencia la falta de legitimidad que tiene el Presidente". La legitimidad del mandatario se obtuvo en las urnas y eso no está en duda. Pero la oposición en el Congreso, como ya lo expresó en 2019 al impulsar sin éxito un primer libelo, persigue la destitución del mandatario a toda costa, incluso a dos semanas de la elección presidencial y a cuatro meses del fin del gobierno.
Esto desprestigia aun más a un Congreso que ha trivializado esta importante herramienta legislativa al usarla con fines patentemente políticos. Pero sobre todo debilita a la institucionalidad democrática -así como la imagen de Chile en el exterior-, y contribuye a la desconfianza y escepticismo de los ciudadanos respecto de su sistema de gobierno.
Esto último es lo que abre la puerta a liderazgos populistas e irresponsables, de los que en el país ya hay notorios exponentes. Visto así, la responsabilidad del Senado no será defender al Presidente, sino al correcto funcionamiento de las instituciones democráticas.